sábado, 22 de enero de 2011

El mundo a una yarda

Los árboles dormitan el invierno especialmente frío en San Sebastián (hoy, todo el día cero grados, cubierto). Como siempre que dispongo de un poco de tiempo, me gusta vaciar la mente en la naturaleza que -por alguna razón que desconozco- siento como el lugar al que pertenezco. Esta tarde he descubierto accidentalmente un parquecillo situado a cinco minutos de mi casa, tras el seminario. Inaugurado hace dos años, hasta hoy no le había dado una oportunidad al Serafín Baroja ¿tendrá algo que ver con Don Pío, nuestro escritor? Me he reído en silencio mientras caminaba rápido -en un intento de entrar en calor- al darme cuenta de que en los últimos meses he cogido algunos aviones, visitado algunas ciudades europeas y hallado rincones interesantes a muchos kilómetros de casa... Quizá no haga falta ir taaan lejos.

Porque...lo que se busca en la discoteca a veces está en el compañero de sofá. Porque...es innecesario desplazarse al Himalaya: basta con oler las mimosas de la plaza de tu barrio. Porque...el atardecer más exótico no está en Cancún, sino en tu bahía si la contemplas con ingenuidad una tarde cualquiera mientras regresas a casa tras una jornada laboral.


Los árboles del recién descubierto parquecillo simulan la belleza del paisaje de la película De dioses y hombres -rodada en 2010- recién estrenada en nuestro país y Premio del Jurado en Cannes. Un alegato en defensa de las creencias. El largometraje recrea la vida de ocho monjes cistercienses en el Magreb de los años noventa, en un entorno histórico turbulento y sanguinario. Bajo la dirección de Xavier Beauvois, el filme transcurre lento, exquisito, armónico, permitiendo al espectador conectar (en el interior del monasterio) con la simple y bella austeridad.

Si ven la película, por favor, registren con atención el estilo de liderazgo de Christian, el funcionamiento de los monjes como equipo, su imbatible solidaridad, trabajo compartido, cuidado mutuo, respeto, aprecio, afecto, ternura... Y no se pierdan el detalle de una escena en la que colgados musicalmente de Albinoni los monjes y usted alcanzarán el nirvana.

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