Cuenta que en su infancia fue una niña autista, ya saben, personas con más vida interior que exterior o -al menos- con discontinuidad en los tramos que (en teoría) conectan ambos mundos. Ahora se sabe que muchos de los niños considerados autistas han resultado genios en la edad adulta aunque ya no sirve de consuelo a quienes en la infancia padecieron exclusión por sus peculiaridades en el patio de recreo.
El caso es que persiste en ella la alergia a las masas, lo que los psicólogos etiquetan como "fobia social". Dice que las personas de una en una, porque de otro modo se convierten en orcos, aunque no lo sean. Es un poco fuerte escuchar cómo describe a las multitudes como hordas mientras camina rápido en la dirección contraria.
A lo mejor tiene secuelas de otra vida ¡es un decir! o percibe algo que los demás no intuimos. El caso es que esta mañana dando un paseo por el soleado Peine de los Vientos hemos tenido que virar ciento ochenta grados porque -de frente- avanzaba hacia nosotras una excursión de pensionistas. Le he pedido que al menos nos parásemos un instante en el malecón donde el olor a salitre era delicioso e indescriptible porque la marea estaba baja (bajísima) tanto, que incluso los orcos hubiesen podido pasar a pie -saltando de roca en roca- hasta la isla de Santa Clara. O casi... porque hay una veintena de metros de mar donde las rocas no emergen.
Tras la contemplación del oleaje se ha serenado un poco, y hemos podido continuar la mañana de dialogo y placer, entre ecos literarios y cinematográficos (es una mujer realmente culta). Al despedirnos, me ha dicho: ¿Sabes, Azucena? Quiero ganarme mis canas. Otro día te cuento... -Vale- le he contestado, mientras enfilaba mis pasos hacia el despacho. Toca jugar a producir, jugar a servir, jugar a seducir, es decir ¡trabajar! Mientras ella ve orcos y ondinas entre las rocas.
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