sábado, 8 de enero de 2011

Ni rastro del Príncipe

Esta mañana el bosque estaba lleno de faunos y aprovechando la temperatura primaveral he estrenado mis zapatos rojos caminando entre árboles. Las hojas -empujadas por la sombra del viento- competían entre sí por alcanzar el arrabal. Los atletas controlaban tiempos y pulsaciones en cada vuelta del recinto. Y mi amigo, el filósofo, hoy echaba pestes contra los jardineros a quienes acusa de que la hierba crezca cada vez más raquítica devorada por el musgo.

Permítanme que les hable de mis zapatos rojos modelo yggdrasil. Quienes hayan leído Mujeres que corren con lobos -de Clarissa Pinkola Estés- conocerán el profundo sentido que la analista jungüiana otorga al hecho de calzarse unos zapatos rojos. En una síntesis extrema pudiéramos decir que equivale a atreverse a ser una niña mala. Bueno... en realidad a ser una niña aunque tengas el pelo blanco y el humor negro. En verdad a ser creativa, atrevida ¿juguetona? sí, también juguetona.


Mis zapatos son de la marca http://www.elnaturalista.com/ -hasta ahora desconocida para mí- y entre cuyos referentes de portal se encuentran Charles Darwin y su barba. El símbolo de la firma es una rana como epítome de la transformación ¡qué bonito! Por cierto, el lago del bosque estaba lleno de patos y cisnes pero cero ranas, todo sapos ¿o serían príncipes?

Creo que Pinkola Estés sabía lo que decía y el calzado rojo tiene efectos narcóticos, o cuando menos oníricos, y que tienen razón los lectores que me atribuyen el uso de palabras raras. Palabros en realidad. Voy a quedarme descalza un rato. Esto no va bien... mis neuronas están cogiendo velocidad de montaña rusa. Por allí veo a Maridomingüi (la mujer del Olentzero). En serio, ni rastro del príncipe. Lástima.

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