Ahora que los hombres ya no realizan cruzadas para conquistar tierra y mujeres (¡lástima!) se produce una colonización extrema de las mentes: El martes, el conductor del autobús que me lleva a Bilbao sintonizó con RNE saturando los oídos de los pasajes con noticias grises. El miércoles, al colgar la colada, escuché la televisión de la cocina de Menchu, mi vecina, quien se atiborra de impactos catódicos desde el primer café de la mañana. El jueves mi socio encendió la radio de su coche subiendo al parque Tecnológico de Miramón y un conjunto de voces enloquecidas anunciaron negros informes financieros. El viernes mi amiga Sara insistió en que use teléfono móvil -esclavitud que voy esquivando- y (sin percatarse de la incoherencia) se quejó de la publicidad que aparece en su IPhone.
Las cruzadas de antaño arrebataban ganado, mujeres y tierras por la fuerza. Nadie entregaba voluntariamente sus tesoros sin dejarse la vida en su defensa. Ahora, sin embargo, donamos a cualquiera la propiedad de nuestros pensamientos y sentimientos permitiendo que colonicen nuestra mente con indiscriminados impactos publicitarios. Impune y gratuitamente, dejamos que usurpen el derecho al silencio y a nuestras emociones y creencias en el aquí-ahora. Como si no importará qué entra en el cerebro. Como si se tratase de algo banal.
La mente es una poderosa herramienta de construcción o destrucción que se vigoriza o debilita -como cualquier otro órgano vital- dependiendo del alimento que reciba. El silencio seda, las lecturas de calidad enseñan, la música -conscientemente elegida- inspira estados de ánimo y propicia emociones positivas. Al menos nuestros antepasados luchaban con un puñal entre los dientes en defensa de lo que amaban, ¿por qué nosotros entregamos sin resistencia el cofre de los tesoros? (silencio, tiempo, atención, ideas)
El miércoles... escuché Mozart en el autobús que me lleva a Bilbao. El jueves... desayuné en la mesa de la terraza que da al mar sin más ocupación que masticar, disfrutar de los sabores y llenarme de té verde. El viernes... devolví un par de llamadas profesionales desde el teléfono fijo del despacho. El sábado continué con la lectura de un libro de Byron Katie.
Me contaron que la libertad es la capacidad de elegir y ya saben cuánto amo la libertad. Al igual que en un restaurante elijo cuidadosamente el menú que mejor se adecua a mi salud y apetencias, esquivo cada jornada lo que no se ajusta a mis preferencias intelectuales/emocionales y dejo espacio al silencio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario