Karen vive un momento de pleamar en el Cantábrico, cuando las banderas de la playa están rojas de ira y la prohibición de sumergirse en el mar es total. Más si cabe: Karen vive el exacto momento en el que la ola rompe con violencia justo encima de tu nuca si has cometido la osadía de nadar contra la prudencia y el sentido común. Se está divorciando de un hombre al que ama, trata de re-estructurar un negocio en el que (cuidando la piel de otros) se deja la propia y, en un "mas difícil todavía circense", apuesta por sueños de grandeza.
Karen es la clienta que me ha dejado tirada en mitad de la cuneta, a cien kilómetros de casa, a las 8.30 de la mañana de un laborable. Lo que hubiera podido ser un fiasco de martes 13 se ha transformado en un glorioso time off.
Tras unos minutos de hiel (en los que me ha ayudado recordar su momento pleamar), he decidido disfrutar como una turista de mi cuidad natal. Con inocencia infantil y serenidad de jubileta, he descubierto chuches gastronómicas, arquitectónicas y comerciales de una city en la que antaño los adoquines me saludaban por mi nombre. De eso hace muuucho tiempo. Los ojos de turista, junto con mi enérgica determinación de pasarlo bien, han dejado un poco maltrecha la Master Card. Como le digo a Karen con frecuencia: no es posible todo y a la vez ¿o si?
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