sábado, 3 de septiembre de 2011

Una vida sin botijo



Continúo con la serie veraniega de posts. Digamos que se trata de una colección light de artículos en los que la vida se mezcla con las lecturas, éstas con las reflexiones y todo ello con la arena, el buceo, la risa y el llanto en una sangría fresquita y agradablemente azucarada para tomar en compañía mientras la brisa acaricia la epidermis. Hoy (que es festivo y llueve) tengo inmensas ganas de reír -algo que me ocurre con frecuencia y no reprimo- y los dedos de las manos piden que escriba "a chorro", técnica que consiste en dejarles hablar sin bridas ni censura. Miedo me dan. Sin embargo, dejo que se abalancen sobre el teclado y cuenten el pálpito que les habita.

En ocasiones un post emerge de una algo recogido en la calle -idea germinal, que diría Patricia Hightsmith-; otras de un dilema trabajado en el despacho; muchas veces proviene del eco de una reflexión arrojada por alguien al mar de sargazos de mi consciencia. Alguna vez un post procede de una fase alfa -en la que podemos retener retazos argumentales de lo que soñamos-. Hoy el post consiste en una broma cósmica que cabalga a pelo sobre un caballo salvaje.

Una vida sin bojeto es el título inicialmente he pensado para el arranque de este texto, siendo bojeto un antojo, no una errata del teclado; después me he decidido por una vida sin botijo. En realidad quiero compartir mi desconcierto al descubrir que algunas personas inteligentes se niegan a diseñar un objetivo profesional.

Objetivo-Bojetivo-Bojeto-Botijo las enloquecidas neuronas de los sábados son así. Se ponen a jugar desde primera hora de la mañana mientras montó el desayuno, pongo la colada, hago la compra, la coloco en el garaje... ¡en fin! Botijo-Bojeto-Bojetivo-Objetivo.

Dicen dos superdotados con los que trabajo que diseñar un objetivo es renunciar a mil logros; y que enfilar al norte es desestimar el sur, el este y el oeste. Y que optar a una posición -aunque sea una dirección general- es obviar muchas opciones en otras empresas, sectores y continentes.
Buenooo... aquí -parece- que subyace el pánico a elegir, acaso a equivocarse. Buenooo... aquí parece latir la juvenil hipótesis de que es posible ¡todo y a la vez! pura falacia mental que conviene desmontar, cuanto antes.

Mis talentosos clientes -llamémosles Arjen y Celia- se niegan con vehemencia a diseñar un objetivo profesional que oriente nuestros (en verdad sus) desvelos. Observo con interés genuino su rebelión interna ante mi acoso -que no derribo- de sus defensas para que diseñen ¡por favor! un objetivo smart = específico, medible, ambicioso, realista/alcanzable y ¡on time!

Les duele tanto quedarse con una entre el millón de cartas que el destino les ha otorgado en la primera manga que quieren jugarlas todas ¡ahora y a la vez! Son listos, fuertes, jóvenes, guapos, tienen coraje, están dispuestos al desgaste del sobre-esfuerzo y armados hasta los dientes con sus MBA, sus idiomas, sus licenciaturas intuyen que el límite es el cielo.

Incluso el Proton K -en la imagen- años antes de partir al infinito cielo programa con precisión de escalpelo el lugar exacto al que se dirige, en cuánto tiempo lo alcanzará, cuál puede ser el riesgo, el desgaste, la combustión... Todo está pre-fijado de antemano sin que por ello se orillen otras metas aún más apasionantes, ni la emoción de los descubrimientos inimaginables desde la tierra. Sé que -aunque rápidos y poderosos- Arjen y Celia no son naves espaciales. Sin embargo, suplico encarecidamente incluyan entre sus planes de carrera ¡un botijo!

Este post terminaba ahí. Horas después de colgarlo en la red me doy cuenta de que no me gusta el cierre y añado una frase que acompaña algunos de mis correos electrónicos: "Ningún viento es favorable, para quien no sabe a qué puerto se dirige". Voilá. Ahora sí.

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