domingo, 25 de noviembre de 2012

La determinación ¡de avanzar!

Siento una exquisita dulzura cuando salgo de casa y pedaleo diez minutos en paralelo a la bahía sin cruzarme con un sólo peatón, un domingo cualquiera del otoño, a las ocho de la mañana: todo está sereno, y la ilusión de avanzar con mis proyectos me lleva hacia el despacho.  A medio camino me sorprende una lluvia intensa que pone a prueba mi resilencia y la capacidad aislante de mi gabardina roja de Caperucita. 

En la vida, más pronto que tarde, surgen imprevistos (no siempre agradables) que, sin embargo, no han frenar el avance hacia nuestro destino, resistiendo el azote de las gotas en el rostro y la humedad que penetra las capas de cebolla en las que solemos envolvernos.

A las 8.07 he atado mi bicicleta al árbol más cercano al portal y agradecido su cobijo durante los instantes de cerrar el candado. Ya en el despacho han emergido como un coro de grillos las voces de los "asuntos pendientes" que -desparramados por mesas y estanterías- pugnan por hacerse un hueco en la prioridad de abordaje: preparar una máster class sobre liderazgo para la Universidad de Deusto, alimentar el Transformer Team en Facebook, actualizar mi desastroso perfil en Linkedin, preparar las carpetas de los clientes de la semana entrante, leer, resumir y referenciar, cuatro libros que han llegado la semana pasada -comprados o regalados-, escuchar el CD de un amigo que recopila en ese formato su experiencia profesional de los últimos veinte años, y  hacer una hoja de encargo y presupuesto para una prestigiosa empresa vasca que desea entrenar a quince directivos a partir de enero 2013.


Einstein con su psicoanalista


En uno de los descansos de la mañana descubro ¡con perplejidad! que voy vestida de gris con unas medias ¡verdes! Me acuerdo de mi admirado Albert Einstein: ni de lejos tengo un ápice de su genialidad, pero comparto su despiste y "torpe aliño indumentario". Al filo de las diez oigo un repique de campanas y -mientras las cuento mentalmente- recuerdo la frase del Nobel: "Sólo dos cosas son infinitas, el universo y la estupidez humana, y no estoy seguro de la primera". Sonrío.

Despego los dedos del teclado y disciplinadamente hinco el diente a los asuntos que me esperan. 
  

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