sábado, 3 de noviembre de 2012

Mobbing


La primera vez que vi esta imagen despertó en mi ternura y una sonrisa: el pececillo se hace pasar por un tiburón ¿recién llegado de un MBA? ¿de un máster en Marketing? ¿de un postgrado en innovación? ¿de un curso de maquillaje con Chanel? 

Mi mente también conectó con el archivo "ser y parecer" y sus capítulos dedicados al branding o la proyección de marca personal: el pez emite una amenazante señal de poderío ante quien sólo divise la aleta. Como casi siempre, es cuestión de perspectiva, de angular. A nosotros -que vemos la trampa y el cartón- nos da risa y nos conmueve. 

Lo interesante sería descubrir las razones que llevan al pececillo a la simulación de lo que no es, en busca de una ventaja añadida de la que carece al natural, ya que a primera vista no se atisba peligro alguno en el interior de la pecera. Al menos nosotros no lo vemos. 

Hoy he trabajado con una persona que representa el prototipo de las víctimas de acoso moral en el trabajo según la experta internacional Marie France Hirigoyen el libro publicado por Paidós en 2010 (tercera edición): mujer, de entre 25 y 35 años, que trabaja en una pequeña o mediana empresa y es acosada por un hombre -de entre 45 y 55 años- con jerarquía y mando sobre la víctima. La sesión ha durado casi dos horas y he llegado a casa con un nudo en la garganta y con un puñetazo de impotencia en el estómago pensando en derivar a mi clienta a un psiquiatra especializado en mobbing, lo que no será tarea fácil. Por lo que me ha contado su superior inmediato cuestiona todas sus decisiones laborales, le ha retirado parte del trabajo para el que fue contratada (pese a su eficacia y resultados), se dirige a ella casi exclusivamente por escrito y cuando están en equipo la ignora como inexistente. Además, le descalifica ante terceros, humilla ante clientes, le hace gestos groseros cuando pregunta o aporta su opinión profesional en las reuniones y, últimamente, está cuestionando en público su equilibrio psicológico poniendo en marcha lo que Hirigoyen califica como "la maquinaria perversa de los jefes narcisistas" que -al parecer y por desgracia- son habituales.


Ante su insistencia, nos hemos despedido con el compromiso de vernos en una segunda ocasión en la que podamos reforzar su autoestima, tomar medidas preventivas ante el posible deterioro de su ánimo, y para que se sienta "acompañada", si bien se ha llevado entre sus tareas la de acudir al médico de cabecera, buscar un psiquiatra de referencia, y localizar a un abogado cuya formación incluya cierta especialización en mobbing o acoso moral en el trabajo. Y le he dejado claro que no es una anécdota banal sino un juego perverso del que hay que protegerse en tres niveles: físico, mental y emocional.  También le he pedido que se cuide/ quiera más/ mejor que nunca ¡y que se compre un cinturón y una aleta!

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