lunes, 10 de diciembre de 2012

Apología de la Mirada

Mucho se ha escrito sobre la escucha como competencia clave del líder. Hablemos, de una vez por todas, con claridad: mucho se ha escrito sobre la escucha como excelsa cualidad del "ser evolucionado". Casi nada se ha escrito, sin embargo, sobre la mirada. 

Tras unos días lejos de  mi mundanal ruido, abordo el teclado sin más brújula que el urgente palpito de las yemas de mis dedos afectadas por la crónica patología de contar historias. Escribir.

De un tiempo a esta parte miro al cielo tanto o más que la suelo y descubro rebaños prietos de ovejas sobre un césped azul cobalto. También arcoiris invertidos -hasta cuatro, en menos de una hora, mientras viajo al mediodía  por el sur de Francia-.


Educar la mirada acaso sea tarea para una vida: yo -que ya he cumplido cincuenta y cuatro años- siento que no me alcanzará el tiempo para afinar la pupila al punto de descubrir el sentimiento que hay detrás de unas pálidas manos que -en la calle, a cero grados- abren un paquete enviado por correo desde el País Vasco hasta Toulouse por una abuela (casi octogenaria) a una nieta en su vigésimo octavo cumpleaños.


En un paseo por la ciudad del ladrillo, con la Plaza del Capitole repleta de tenderetes navideños y abigarrada de abetos blancos -en la que se mezclan cien mil olores a salchichas, vinos calientes, gofres, aceites esenciales, velas aromáticas y hasta elixires para el amor- busco un poco de ternura y ¡la encuentro! en el puesto más cercano al ayuntamiento donde compro algunas servilletas bordadas en lino, y un corazón de trapo para colgar del pomo de la puerta.



Después mi mirada sigue buscando en la calle la existencia tridimensional y corpórea de aquellas ideas, sueños o sensaciones, con las que fantaseo en mi interior.





Me acuerdo de Geppetto, artesano de la madera y abuelo de Pinocho -desobediente y juguetón, como yo-, historia que tantas veces escuché en mi infancia sin deshacerme por ello del vicio de mentir, aún cuanto sentía pánico de que me creciese la nariz. Sumergida en mis fantasías animadas, una vez más la realidad ha traído ante mis ojos la representación de un artista con títere, en una callejuela en la que el sol permitía el desarrollo del pequeño espectáculo capturado por mi Kodak 10 Mega Pixels.


Confesaré que he estado casi diez minutos escuchando el recital del acordeonista  ;-D  y que durante ese tiempo el artista se ha hecho tantas preguntas sobre mi, como yo sobre él. Comparto las mías, porque aún no tengo el don de la clariaudiencia.

¿Quién trabaja para quién? ¿Quién elige el color de la camiseta y luego el otro se acompasa? ¿Quién plancha las perfectas rayas de los pantalones? ¿A cuál de los dos le gustaría ser "el otro"? ¿Por qué se dedican a esto, un domingo cualquiera, del crudo invierno francés? Esta manera de vivir ¿se corresponde con el anhelo del artista? ¿Y de la marioneta? 

En la fotografía no se puede apreciar, pero la cara del muñeco era una reproducción exacta de su dueño ¡dueño y señor! En la fotografía tampoco se aprecian los hilos que movían al muñeco sin voluntad propia al abrir/ cerrar el acordeón, o al dar una patada sobre el asfalto al final de una pieza. Se dice que el propio Carlo Collodi confesó a la prensa italiana entre 1882 y 1883 que escribió la historia de Pinocho con pretensiones alquimistas, es decir, que el ferviente deseo de tener un hijo llevó a Geppetto a construir un muñeco de madera que desarrolló vida propia. De tanto soñarlo... el trozo de madera se convirtió en un niño. Es la magia sagrada del alma y la eterna pregunta de qué es primero ¿creer para ver, o ver para creer?  

Busqué señales y encontré cuatro arcoiris invertidos, en una hora, cerca de Bayona. Busqué ternura y hallé corazones de trapo, frente al ayuntamiento de Toulouse. Temí la fealdad y me golpearon horrendos olores en El Capitole. Recordé al Pinocho de mi infancia, y encontré un artista ambulante con su marioneta acordeonista. De manera provisional, me quedo con la hipótesis de Creer para Crear: Primero la Mirada.

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