El término no existe en el diccionario aunque resulta una realidad tan sólida en nuestro día a día que quizá debieran incluirlo. Al menos en la wikipedia: tontomóvil.
Lo utilizamos tan adictivamente que me pregunto qué haríamos sin él en los veinte minutos de trayecto hacia el trabajo en tren, metro o autobús. También me gustaría saber si finalizaríamos con éxito la compra del sábado -en solitario en el super- si no encontramos la marca de cornflakes que nos ha puesto en la lista la pareja y no tenemos el artilugio a mano. Finalmente, en los viajes al extranjero, ¿cómo llegáríamos al museo de cera de Amsterdam, al zoo de Stuttgart, o a la Plaza del Capitol, sin el google maps del móvil?
Antaño (sin móviles) el mundo giraba a la misma velocidad de rotación y traslación, el día y la noche se sucedían con idéntica terquedad, el cambio climático ya estaba en marcha, y las mareas repicaban su vaivén de olas.
Acontece sin embargo algo que me inquieta: las niñas bebés ya no están celosas de las madres, ni los niños bebés de sus padres, sino del tontomovil porque sus progenitores hablan con el mundo entero mientras les dan pecho, les pasean, acompañan al jardín de infancia, o buscan cuentos en la sección de taburetes bajitos del Fnac.
Acontece también que las parejas sentadas en la terraza de La Perla no se miran, no hablan, no intercambian ternura, sino que tan pronto se sientan con su aperitivo se ponen a consultar sus respectivos móviles. E incluso las cuadrillas de amigos rompen los invisibles lazos de conexión que otrora emanaban en forma de cómplices conversaciones porque ahora cada amigo porta un arma, un arma casi letal: el tontomóvil al que accede cualquiera, en cualquier momento, para casi cualquier cosa, en cualquier lugar. Cuando yo trabajaba como jefa de informativos en RNE, semejante disponibilidad se consideraba una esclavitud y estaba compensada con un plus que hoy sería el equivalente a unos... 600 euros ¿algo menos? sí, algo menos. En cualquier caso mucho dinero por estar permanentemente accesible. ¡Ahora lo hacemos gratis!
Lo que faltaba para la total des-ubicación del "aquí y el ahora", para la más absoluta dispersión mental, para la más prosaica de las escuchas, lo que faltaba para rematar in extremis la maltrecha atención plena.
Como saben quienes me conocen no uso móvil, de ningún tipo: ni viejo ni nuevo, ni personal ni profesional, ni público ni privado. Sencillamente no uso móvil y sobrevivo. Además nunca -fíjense, por favor, en la expresión- nunca he tenido el mínimo contratiempo laboral por no usarlo.
Cuál no es mi alegría al abordar hoy un texto escrito por J.M. Coetzee y Paul Auster en el que ambos intelectuales afirman que: "... el diálogo en el sentido pleno del término, simplemente no es posible por teléfono". ¡Ja! Y como ambos escritores viven separados por un océano se han dedicado durante tres años a intercambiar correspondencia hasta completar el libro Aquí y Ahora, publicado en castellano conjuntamente por Anagrama y Mondadori.
"El diálogo en el sentido pleno del término
no es posible por teléfono."
1 comentario:
Puf, por un momento me asusté con el inicio. Para mi el móvil solo es un instrumento más en mi vida. Sigo como siempre, solo con un "busca" comodo. Casi, casi, como siempre.
En cualquier caso, la del móvil solo es una posible dependencia más.
Bicos,
H
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