sábado, 11 de mayo de 2013

Todo es posible en un mundo tripolar


Son las doce de la mañana. En el salón ensaya un cuarteto que participará este verano en el festival de música barroca de  Saint Savin (Francia). En la terraza el sol acompaña y la temperatura es agradable. Mi pareja trastea cambiando la tierra de algunas macetas, plantando otras, podando y abonando: un caos acompañado de una cohorte de lombrices y caracoles que no entiendo de dónde salen (?!). En el dormitorio aún no hay mesa de trabajo, así que me instalo en la cocina -pegada al ventanal- desde donde antes de abordar el teclado cuento once chimeneas de distintas formas y tamaños. De vez en cuando un pájaro aletea en la zona, se posa un rato en alguna de las chimeneas, y continúa su aventura. Para estas horas ya he recorrido mi jardín favorito, el Royal, donde siempre saludo a la estatua de Antoine de Saint Exupérydos horas de enérgico paseo entre árboles centenarios (como el de la fotografía). Sigo de vacaciones, período en el que mi mente se vuelve más fértil: hago el mejor compost de lecturas, paisajes, personas, actitudes y costumbres. Trabajo muy bien en vacaciones, aunque a otro ritmo y en diferente "frecuencia". Mi amiga Marta diría que  estoy más Om. 


Tras diez años de intensa práctica profesional entrenando a personas con cierto éxito en el logro de sus objetivos, acumulo observaciones, extraigo conclusiones, y me aproximo peligrosamente a la tentación de construir "recetas" sobre las claves que propician el desarrollo del potencial humano. Estoy alerta y no permito que ocurra porque el asentamiento de una certeza lleva directamente a la rigidez, acaso a la intransigencia, y casi seguro al la parálisis en la búsqueda de nuevas y diferentes soluciones a los desafíos  en el vivir y trabajar. Es un poco incómodo -lo reconozco- pero me mantiene despierta, como la inquieta ardilla que soy.

Hay una idea que me ronda con tenaz persistencia. Voy a intentar enunciarla en un par de párrafos: partiendo de la base de que las personas tienen en sí mismas todo lo que necesitan para alcanzar la plenitud -igual que una bellota contiene la esencia de un frondoso roble, como me enseñó Sir John Whitmore- me vuelco afanosamente en que las personas dejen atrás todo aquello que les limita, por un lado,  y agiganten aquello que les fortalece, por otro. Utilizando una metáfora automovilística, sería algo así como soltar el freno de mano y pisar el acelerador. La fórmula matemática que vengo utilizando es la de desempeño = potencial - ruido, siendo el potencial todo aquello que somos y tenemos, y el ruido todo aquello que nos limita.


La idea que me ronda con tenaz persistencia es que hay "un previo", un antes, un conjunto de consideraciones sin las que este proceso no fluye tan poderosamente como pudiera. El previo consiste en superar el enfoque bipolar de la existencia -propio de los primates- para abrazar el enfoque tripolar, la Tercera Alternativa que se caracteriza por asumir que todo es posible, para todos, sin que existan ni un ganador ni un perdedor (polaridad), ni verdades absolutas e inamovibles: todo es revisable, cuestionable y mejorable. Personas, equipos y empresas tripolares en los que el todo es muy superior a la suma de las partes (sinergia), en los que la diferencia es bienvenida, en los que la complementariedad es ley. Lo mismo que una buena pregunta es la mitad de una respuesta (Socrates), el planteamiento de partida (bipolar o tripolar) condiciona el resultado. Llega la cocinera... me dice amablemente que necesita la mesa desde la que oteo las once chimeneas... Volveré al concepto que se me antoja no he alcanzado a explicar en dos párrafos. Pica cebolla... huele bien.


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