Un empresario al que admiro y aprecio y yo aprovechamos la jornada de ayer -puente festivo del primero de mayo- para un encuentro de trabajo en un establecimiento del Parque Tecnológico de Miramón del que ambos somos clientes habituales.
El entorno informal no despistaba a ninguno de los dos que acudimos con ideas claras sobre el proyecto cuyo enfoque partía de la paridad -lo que le obligaba a negociar- algo tremendamente disruptivo para él acostumbrado a que trescientos trabajadores obedezcan sus órdenes sin réplica.
Llegamos puntuales, nos adjudicaron una mesa discreta junto al ventanal desde el que se ve el bosque de Miramón, y comenzó la danza argumental de mi interlocutor cuyo perfil altamente comercial se mostró en todo su esplendor. La conversación resultaba fluida si bien las posturas iniciales eran casi contrapuestas. Siendo un excelente fajador iba encajando mi argumentario al mismo tiempo que se hinchaba la vena del cuello que delataba su enfado. Hacía esfuerzos por controlar su irritación, pero poco a poco fue perdiendo los papeles, alzando la voz y emitiendo gestos levemente amenazantes al punto de que el jefe de sala -que nos aprecia- vino a preguntar si todo iba bien y si necesitábamos algo...
Confesaré mi incomodidad al verle desencajado, si bien fui capaz de mantener la serenidad, el rostro afable, la práctica de la asertividad, las técnicas de negociación en las que me he formado, e incluso algunas pinceladas de mediación entrando y saliendo de mi propio papel ya que en realidad ambos queríamos realizar el proyecto.
Les ahorraré las dos horas de conversación tensa y avanzaré que no cerramos ningún acuerdo si bien eso no es lo más relevante.
Para mí resultó relevante descubrir que lo que le sacó de quicio fue una frase neutra e inocente que resume mi postura existencial en la vida y los negocios. Ante sus zarandeos verbales, manipulación de datos y "enfoque único" me mantuve serena en una idea: "No compito y no corro".
Según me explico más tarde por teléfono, esa frase disparó su efervescencia de macho alfa y le condujo a la pérdida de compostura.
Esta mañana (martes uno de mayo) sigo dándole vueltas a las posibles razones de su desquiciamiento porque realmente compartí con él una opción personal cierta: en los negocios y en la vida ¡no corro y no compito!
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