Mesa negra de sala de juntas sobre fondo blanco. Mesa negra, paredes blancas. Árboles en la terraza: un tejo,dos pinos, un ácer japonés, una camelia, dos fícus. Mi despacho. Son las 8.10 de una mañana del mes de julio de 2006. Preparadas las tazas de té, los folios de colores, dos tarros con bolígrafos, el dossier con la carpeta de los clientes, mis gafas pequeñitas con montura de pasta roja y el papelógrafo. Faltan cinco minutos para que lleguen. Son dos, ella supera la cincuentena, él no llega a los cuarenta. Son dos socios de una empresa del metal que ronda los cien trabajadores. Herederos al cincuenta por cien de un imperio que por carácter, formación y habilidades les queda grande. Son dos, provienen de distintas familias, distintas formaciones, estilos, pulsiones. No llegan. A mi me da por recolocar las sillas, blancas, ultra modernas, ultra incómodas, de diseño. A mi me da por recordar algunos aprendizajes de mi último curso universitario sobre las dificultades inherentes a las empresas familiares carentes de protocolo, sobre la errónea estrategia de estar igualados al cincuenta por cien, empate técnico a la hora de tomar decisiones. Si/ No, No/ Si... cuan margarita. Bloqueo.
Ding dong... llegan al despacho con segundos de diferencia... Vienen de la fábrica cada uno en su coche, por separado... apenas se miran o se saludan. Yo les ofrezco el tradicional abrazo de bienvenida. Están tensos. Sacan sus papeles, apagan sus iphones se quitan las chaquetas y finalmente se sientan. Esperan -equivocadamente- que lidere yo, el Coach, cuando los protagonistas absolutos de la obra son ellos.Comienza el espectáculo, el entrenamiento, la puesta en escena del abismo que les separa. Los niveles de comunicación gestual, verbal, tonal son casi inexistentes... Comencemos por construir puentes -pienso- mientras pido que repartamos roles de sesión siguiendo las pautas de Alain Cardon: medidor de tiempo, secretario o realizador del acta y observador que aporta feedback. Les he situado cara a cara... resulta casi imposible no centrar la mirada en el otro y, sin embargo, lo consiguen, se evitan. Reparto dos cuestionarios para medir el nivel de su desencuentro (quince parámetros). Cada uno lo completa por separado. Después lo comentamos en voz alta: hay indignación, ira, cólera, tristeza, emociones feas y mucha incomodidad. Ambos quisieran salir corriendo. Es lo que les pide el cuerpo, las vísceras. Se quedan. Se impone la cabeza, la decisión (consensuada) de mejorar su relación, de establecer un puente comunicacional, de aceptarse (aceptar la diferencia), de apreciarse (apreciar la diferencia), de respetarse (respetar la diferencia), de comunicarse (comunicar lo que piensan, sienten, necesitan y quieren, del otro). Para que se queden, participen y contribuyan ni siquiera tengo que apelar al sentido de la responsabilidad, se recolocan sólos: eso también forma parte de la educación y de la herencia de ambos. No lo saben, pero en el fondo comparten más de lo que piensan.
Durante los cuatro primeros encuentros se suceden los careos, las miradas desafiantes, los desplantes, los reproches, el chantaje del silencio, carraspeos, toses, amenazas, desaires, groserías, intentos de falta de respeto (que el Coach frena radicalmente). Tenemos un abismo bien profundo.
Continúa -hasta el desenlace- en el siguiente post.
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