martes, 10 de agosto de 2010

Sueños de Jabón

Camino por el agudísimo filo de esta espídica ciudad con un latido hoy intenso bajo un cielo raso más propio de Castilla que del País Vasco. Me enclaustro a orar (escribir) en la Meca del saber: la nueva biblioteca foral de Bilbao en Diputación, 7 -cinco plantas de lujo institucional, casi de despilfarro- donde reina un silencio que hiere los oídos. Ningún templo, catedral o cueva pueden emular este silencio. Rodeada de estudiantes oro a mi manera que no es otra sino trabajar, vivir, leer, reflexionar, aprender, equivocarme y escribir: escribir hasta que mi cuerpo estalle como una salchicha en una sartén con el aceite abrasador del infierno.

Tengo compañeros de viaje, personas volcadas en el aprendizaje con una fecha límite para conquistar el conocimiento. A mi izquierda, un joven con peludas piernas y bermudas para quien este vácum sonoro no es suficiente y se aisla -aún más si cabe- con unos tapones amarillos de espuma en los oídos. Sobre la mesa: un móvil, un periódico, dos rotuladores fosforecentes, un lápiz, una goma, una calculadora... dejo de mirarle porque se está poniendo nervioso. A mi derecha, una mujer madura con vestimenta hippie volcada, casi sumergida, en un temario quizá de oposición ¡cuánto miedo, qué afán por el empleo fijo! Sobre su mesa: otro móvil, un paquete de clínex, un estuche de lapiceros, una regla, un taco de post it y una botella pequeña de agua. Sin duda vienen a pasar el día, o al menos la mañana. Alienta contemplar la esforzada persistencia por aprender ¡a lo mejor es cierto que sirve para algo! Llevo toda la vida leyendo hasta el punto de que si me preguntasen qué he hecho en medio siglo de existencia -y tuviera que ofrecer una respuesta honesta y breve- diría: leer y, en segundo término, escribir y quizá pensar/ reflexionar.

Antes de llegar a esta catedral desde la que escribo he trabajado con una empresaria excepcional, una mujer con leyenda, glamour, belleza y creatividad, tanto de todo que me ha llevado a pensar si la abundancia y su gestión no es un freno para el logro ¡tanto o más que la escasez y su gestión! De veras, porque cuando hay en demasía estamos obligados a jerarquizar, a ordenar, y a elegir. Al omnipotente ser humano del siglo XXI (urbano, descreído y viajero) le duele verse sometido a la ley de la gravedad y al hecho de tener que elegir.


Camino sobre el agudísimo filo de esta espídica ciudad que hoy huele a Ágora, espacio reflexivo de la antigua Grecia que en otro contexto (Egipto) ha puesto de moda Amenabar en una película de título homónimo. En ese espacio al raso, abierto por definición a la controversia y el intercambio racional, se producen las mejores sesiones de Coaching que no es -acaso- otra cosa sino acompañar a las personas en el proceso de pensar palmo a palmo, momento a momento, a su estilo...

Pensar no es darle vueltas obsesivamente a las cosas, ni analizar. Pensar no es planificar, ni mandar, ni delegar.

Pensar es pararse y es reproducir en nuestro interior este silencio sólido que habita la biblioteca central de la ciudad. Pensar es separar el grano de la paja, lo convencional de lo que auténtico, lo importante de lo urgente, lo que tiene sentido de lo banal. Los humanos del XXI necesitamos cada vez más un compañero de viaje para realizar el proceso de pensar y preservar los sueños. ¿Se han fijado? Hay fosas de sueños por todas partes: se acumulan como los cadáveres en la Alemania nazi, como la basura en el Ámsterdam veraniego. Los sueños son hermosas y coloridas pompas de jabón que se alzan al cielo como un clamor, una plegaria, en busca de protagonistas que quieran/puedan/sepan y se atrevan a materializarlos.

1 comentario:

H dijo...

Quizás dentro de las pompas de jabón, además de colores, también haya silencio, para seguir pensando. Son tan hermosas..., recogiendo el vacío entre colores difusos, como sencillas, solo agua y jabón. Y, por cierto, cuanto más grandes más difícil que no se rompan. ¡Buena alegoría de sueño!

H (somnolienta)