sábado, 21 de agosto de 2010

Y de lo mío, ¿qué?

Los pilares de la tierra se resquebrajan bajo mis pies. Son pocos y existen desde el comienzo de la humanidad, acaso antes.


La piel padece cada vez más enfermedad no sólo por el deterioro de la capa de ozono -y el insano impacto del sol- sino porque es el límite que separa el ser (interior) del mundo (exterior): es la frontera de la identidad y está en quiebra.

En el despacho, los clientes verbalizan sufrimiento por ausencia reiterada de valores en su entorno. No crean que hablan de abstracciones, sino de hechos como la traición, el engaño, el desprecio y la deslealtad.

La familia -último bastión de las esencias- de desintegra por deslocalización, búsqueda de prosperidad, horizontes creativos o amores. Apocalípticos e integrados que diría Umberto Eco, el sabio hombre de la rosa.

Hay algo que se alza en mí como la razón que permite entender la destrucción de los pilares de la tierra. No tiene truco ni misterio, es algo simple que mi filósofo de Aiete (parque de San Sebastián) denomina "ausencia de normas" y que yo prefiero simplificar. Para mí el mundo se desintegra porque falta respeto. Dicho. Anacrónico, lo sé.

Ken Follet utilizó 400.000 palabras para desarrollar su best seller. Yo no me extenderé tanto, sólo un párrafo más para clarificar que añoro el respeto a la diferencia, a lo espiritual, a lo desconocido, al esfuerzo, al saber, al trabajo realizado con primor, al amor, a la edad y al silencio. Acaso sin respeto no halla identidad porque es el espejo en el que nos miramos, y entre parpadeo y parpadeo construimos la autoimagen que piensa, siente, decide, hace... construye o deconstruye este mundo cuyos pilares de desintegran...

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