viernes, 28 de octubre de 2011

The shoemaker


Me gustan los viejos objetos, por eso me cuesta deshacerme de ellos. Los zapatos marrones han caminado tanto conmigo que en la suela -bajo la almohadilla de ambos pies- se insinúan dos agujeros como dos soles; así que he decidido llevarlos al zapatero de mi barrio metidos en una bolsa del supermercado. Al llegar al establecimiento de Ion lo he encontrado cerrado con una nota adherida al cristal de la puerta en la que alguien ha escrito: Cerrado por Enfermedad. Después, la peluquera me ha contado que está ingresado en la residencia (hospital central de nuestra ciudad) y una vecina descarada ha dicho: ¡sí, bebía mucho! Yo he sido tan cobarde que no he añadido que también trabajaba mucho, y que ahogaba una pena profunda desde que se separó de una mujer y unas niñas a las que amaba. Ella se fue con un hombre de postín porque el shoemaker y sus duendes se le quedaban pequeños.

He permanecido unos segundos ante la puerta de su establecimiento contemplando la pequeña nota en la que se lee el escueto mensaje con la urgencia de un naufrago, de una despedida: Cerrado por Enfermedad. Deseo que regrese pronto, y que con sus curtidas manos encole suelas y tacones. Es un hombre guapo con el pelo revuelto al que le he visto envejecer un trienio cada año. Siempre ha tenido una sonrisa para mis zapatos y es muy bueno en su oficio. Cuando vuelva tengo que decirle cuánto le aprecio.

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