viernes, 7 de octubre de 2011

Un colibrí en ADEGI

Se cierne la galerna sobre la bahía en una jornada que huele a otoño virulento. Entre la Concha y el horizonte apenas una decena de embarcaciones desafían el temporal.

Camino bajo la lluvia hacia el despacho, resbalo sobre una hoja a la altura del Palacio de Miramar, caigo sobre la rodilla izquierda (cuan aspirante a ser nombrado caballero de la mesa redonda) y tras un ¡ay! contenido prosigo mi meditación matutina en movimiento: ese paréntesis en el que cultivo el silencio salpicado de reflexiones que el fértil mundo y sus habitantes dejan en mí.

Mi agenda Doodle refleja en ocre los jueves en ADEGI, la jornada en la que tomo el pulso al empresariado vasco en un acompañamiento tan duro como el asfalto -sector duramente golpeado-, tan innovador como las farolas solares (destinadas a parques tecnológicos e instalaciones urbanas), tan tradicional como los ascensores, o tan lúdico como las máquinas recreativas. Con frecuencia salgo de Miramón exhausta y pletórica. Ya en casa -durante la cena- suelo comentar con entusiasmo algún entrenamiento.

Entre la ensalada de cogollos con anchoa y pimiento del piquillo y el segundo plato, ayer no pude evitar una sonrisa al recordar el entrenamiento con una mujer que se auto-definió como un colibrí: una persona alegre, ligera, chispeante, llena de pasión por la vida y de una dulzura propia del néctar que con tanta habilidad liban los pequeños vertebrados.

El desafío de nuestro entrenamiento consistió en que tomase conciencia de que tan pronto accedía al despacho de la fábrica (es socia mayoritaria y directiva) se olvidaba del colibrí para convertirse en un reptil que textualmente "se arrastraba" de asunto en asunto, apagando fuegos, templando conflictos interpersonales, desgastándose en interminables jornadas y saliendo hacia su casa con la sensación mitad de impotencia, mitad de "no vale la pena". Desánimo. Plomo en las alas. Esta valerosa mujer es tan diminuta que -siguiendo con su metáfora- bien pudiera encarnar el llamado "elfo de las abejas", el colibrí más pequeño que han descubierto los investigados de la Universidad de California en Berkeley (USA). Al despedirnos, aludiendo a la urgencia de cambiar su estilo de gestión, me preguntó: Azucena, ¿cuánto tiempo crees que necesitaremos para que el colibrí entre y salga de la fábrica sin perder la alegría? Tras un silencio en el que ella vio que calibraba la respuesta, le recordé que el colibrí es el pájaro más veloz de la tierra, hasta el punto de que supera a los jets ultima generación alcanzando los 27,3 metros por segundo. Pude escuchar un largo suspiro, esbozó una sonrisa, guardó el cuaderno con sus tareas, y nos despedimos hasta otro día ocre en mi agenda Doodle.

1 comentario:

H dijo...

Y ciertos días, parece que sólo se puede volar para no caerse (a pesar del temporal). Pero nunca llovió que no parase. Ayuda distinguir lo importante de lo urgente. Y tener la ambición de l@s sabi@s como tú. Y a uno de tus últimos post me remito.
Bicos,

H