Resulta fácil dejarse acunar por
la voz de Bette Davis y la trompeta de Armstrong al fondo del gran salón del Hotel Melia Bilbao donde ahora mismo
estoy sola con un fondo de camareros de negro fiesta y zapatos de
charol que colocan decenas de copas altas de champagne horas antes del evento previsto para el atardecer. Lejos, en la cocina, oigo un
trasiego de cubiertos y adivino la confección de canapés; miro a los árboles
frondosos tras los ventanales, y sorbo mi cortado -a dos euros setenta-
acompañado de un mazapán artesano que me permito untar contra las normas de
protocolo. Con grandes zancadas, cruza el hall un altísimo piloto de Iberia que me mira como quien contempla el
vetusto cortinón de un museo: sin interés sensual... Escribo. Bette Davis ha dado paso a los Bee
Gees -diríase que asisto a un revival
de música de época, acaso de mi época, cuando había pick up, cuando podías hacer una rueda con un long play-. Escribo.
He trabajado seis horas y me he
regalado un pico de lujo (*). También he hundido dos barquitos de mi
cuenta corriente al entrar en COS -la
fascinación del gusto hecho moda- donde me he comprado un vestido-gabardina
azul marino y unas medias al tono. Miguitas de ternura que completan mis regalos navideños: unos pocos objetos de calidad hacen que me
sienta bien y -al ponérmelos por la mañana- me
impulsan a ser más, mejor. Una hora en COS,
una hora de librerías, y un tiempo extra que dedico a escribir en el Samsung que siempre me acompaña.
Al cierre del post oigo villancicos tradicionales en inglés que no escuchaba desde 1989, cuando los cantaba mi hija disfrazada de monaguillo en Saint George English School (Lejona, Vizcaya). Diríase que es fácil sentirse bien si te rodeas de pequeños lujos, si te mimas, de vez en cuando. Ha pasado una hora y ya no estoy sola en el gran salón del Melia Bilbao: tres caballeros con gin tónic hablan de internacionalización a ráfagas en inglés upper class y a ratos en un castellano de academia. En la super pantalla corren las atletas 1.500 metros en la European League ¡ni un gramo de grasa, ni residuo de celulitis! Esa es otra batalla, para después de las fiestas.
Al cierre del post oigo villancicos tradicionales en inglés que no escuchaba desde 1989, cuando los cantaba mi hija disfrazada de monaguillo en Saint George English School (Lejona, Vizcaya). Diríase que es fácil sentirse bien si te rodeas de pequeños lujos, si te mimas, de vez en cuando. Ha pasado una hora y ya no estoy sola en el gran salón del Melia Bilbao: tres caballeros con gin tónic hablan de internacionalización a ráfagas en inglés upper class y a ratos en un castellano de academia. En la super pantalla corren las atletas 1.500 metros en la European League ¡ni un gramo de grasa, ni residuo de celulitis! Esa es otra batalla, para después de las fiestas.
(*) Tiempo.
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