Contemplo la entrevista a un monje ruso, ortodoxo de 63 años. Le preguntan qué echa de menos en la Rusia del siglo XXI: nada -contesta- mientras atusa su larguísima barba blanca deshilada en las puntas. ¿Qué le gusta hacer? pregunta Pilar Bonet. El monje encasqueta su gorro negro de fieltro que apenas cubre la parte superior de las orejas, mira lo que parece una eternidad el horizonte, y finalmente dice muy bajito a la periodista: dar de comer a las vacas, rezar, serle útil a Dios, que creo es lo más importante en la vida. Silencio. La reportera aguarda que este hombre religioso se arranque con más confesiones. No lo hace, espera con una paciencia propia del más allá. Un tanto inquieta, Pilar Bonet finaliza el encuentro con una última pregunta: Kirill, ¿qué le desagrada? Nada, todo me satisface. Retoma el libro forrado con un papel roto en los cantos. Sus manos gruesas (diríase de hombre de campo) lo cogen con delicadeza. El monje, el libro, el gorro y la barba se retiran. Kirill no se despide. Es tiempo de orar.
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