Los hombres no saben que en la infancia las mujeres jugábamos a cocinitas. No tienen porqué saberlo, excepto si tuvieron hermanas o primas con las que compartir aquellos días festivos tras la visita de los reyes magos.
Poco ha sobrevivido en mí de aquellas cocinitas excepto algunos ratos de ocio en los que me vuelco en limpiar recónditos lugares del espacio familiar.
En la edad adulta, me sienta bien jugar a cocinitas tras una semana en la que he trabajado intensamente y he dormido sólo dos noches en casa. Las tareas domésticas me anclan a la materia: retirar hojas secas, remover la tierra, doblar toallas, planchar servilletas, coser botones, limpiar zapatos, tirar piedras, piñas y palitos que recojo por todos los bosques del planeta. Las presuntas prosaicas tareas me conectan a lo físico más que ninguna otra actividad ¡y me calman!
Mi amigo Txema diría que una persona que ocupa sus días leyendo, estudiando, escribiendo, manteniendo diálogos con líderes y creando equipos, corre el riesgo de terminar chiflada. Bueno, creo que él diría fragmentada, lo que en su jerga de psicólogo se traduce en vivir casi por completo en la mente. Yo no quiero acabar chiflada, así que -en busca de equilibrio- me voy a jugar a cocinitas. ¡Qué paz siento de antemano!
Dedico este post a los numerosos y fieles lectores de Reus (Tarragona, Spain).
No hay comentarios:
Publicar un comentario