Gracias a medio invierno caído de golpe sobre la ciudad, y a media gripe caída no menos de golpe sobre mi nariz, me recluyo unas horas en casa -envuelta en lana como una centenaria en Alaska- y me dispongo a sudar mientras ¡por fin! leo El japonés que estrelló el tren para ganar tiempo, regalo de Iñigo Beldarrían -a quien no conozco- que lleva la campaña de marketing de Gabriel Ginebra, el autor del volumen.
Aunque el libro se ha publicado hace menos de un mes, la intensa -y probablemente eficaz- campaña de lanzamiento del texto ha ido a un ritmo trepidante, tanto o más que el tren conducido por Ryujiro Takami el 25 de abril de 2005 cuando se estrelló cerca de Osaka por exceso de "celo profesional". Me explico.
Se trata de una historia real acaecida en Japón un día primaveral en el que Takami, nervioso porque el convoy ferroviario que conducía llevaba minuto y medio de retraso, quiso evitar una sanción en su expediente, buscó la excelencia, apretó el acelerador, descarriló el tren, y terminó con su propia vida y la de cientos de pasajeros y peatones protagonizando la mayor catástrofe ferroviaria de la historia del país desde 1963.
El libro de Gabriel Ginebra está cuajado de anécdotas que parodian muchos de los procesos, métodos, modas y sistemas de gestión y calidad que el ex-consultor de Arthur Andersen conoce de primera mano. El también profesor universitario hace gala de un excelente dominio del management contemporáneo debido a su larga experiencia profesional, ridiculiza lo que encontramos a comienzos del siglo XXI en la práctica totalidad de las empresas españolas, y propugna "... el reconocimiento de la incompetencia como paso previo a la corrección de la misma por parte de los máximos responsables de las organizaciones y desde ahí -en cascada- hasta la base de la pirámide productiva...".
En los argumentos iniciales del volumen Ginebra peca de cierta demagogia. Sin embargo, hacia la página 137 te ha ganado para la causa. Es a esa altura del relato cuando el escritor comparte el accidente de un avión de la compañía Avianca en vuelo 052 procedente de Medellín por algo tan simple como haberse quedado sin combustible. Tanto la caja negra como la reconstrucción de los hechos permitieron descubrir que cuando se pidió al copiloto colombiano que se diera un par de vueltas antes de aterrizar por exceso de tráfico aéreo en pista, éste no se atrevió a contradecir las órdenes recibidas de la torre central, es decir, que no ejerció la elemental comunicación asertiva: no informó de que se estaban quedando sin combustible. Finalmente esa "leve incompetencia" acabó con la vida de pilotos y pasajeros.
Uno de los diagnósticos del autor que suscribo con entusiasmo es la calificación de la empresa española como "barroca y obesa". Barroca por la primacía de los procesos, las estrategias y la hojarasca en detrimento de la producción y obesa porque se producen demasiadas reuniones, que duran demasiado, con demasiados participantes, y demasiados asuntos, que -de nuevo- olvidan lo esencial: producir.
En una palabra: en la empresa barroca priman los procesos sobre la sustancia, y los árboles no nos dejan ver el bosque. Después habla del principio de Peter y cita mucho a Dilbert. En fin, les dejo ahora: aún me faltan dos capítulos. La tormenta y la fiebre amainan.
1 comentario:
Genial lo de "empresa barroca", me encanta. Será que nuestras empresas son del siglo XVIII (más o menos de cuando acabo el barroco) y aun no han incorporado las vanguardias del s. XX. Y eso que ya estamos en el XXI y todo va cada vez mas deprisa.
Bicos,
H
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