Viro la mirada a oriente -como un girasol hacia el sol- desde que me alcanza el recuerdo. Y quienes me conocen (aunque sea un poco) saben de mi pasión por las artes marciales, el budismo zen, la meditación, el sushi y la sopa misho que esta noche cenaré. La civilización asiática jamás deja de sorprenderme en usos, costumbres, valores y creencias que con firmeza avanzan en la conquista del mundo.
Leyendo las páginas culturales del New York Times descubro el humilde origen campesino del nobel de literatura 2012, Mo Yan, nacido en Gaomi (China) en 1955, quien ha sabido integrar en sus novelas la mejor tradición de la literatura de su país e incorporar algunos rasgos occidentales lo que quizá le haya valido el reconocimiento de la academia sueca.
Sorbo mi cortado en la terraza de La Perla, dejo a un lado el rotativo y miro al mar un poco furioso -no sé con qué, con quién-. Me resulta inquietante que un hombre elija como seudónimo el de Mo Yan que significa textualmente No Hables lo que nos remonta a su férrea educación comunista. Aunque nunca entrevistaré a Mo Yan para confirmar mi hipótesis, creo que cuando a uno le prohíben hablar se dedica a pintar, esculpir, escribir... o hace la revolución. ¡Por algún lugar han de canalizarse las poderosas fuerzas creativas!
Termino la última gota de café, palpo el bolso para recuperar las llaves del despacho, y tropiezo con el japonés Haruki Murakami cuya novela Sputnik, mi amor me ha regalado Borja, un directivo con el que trabajo. Nunca hemos hablado de mí ni de mis preferencias orientales y, sin embargo, este hombre singular ha dado en la diana de mi pasión literaria: con fruición devoro la novela de Murakami.
No hables:
escribe, cocina,
cose, pinta, sueña,
juega, diseña, proyecta...
¡¡Crea!!
No hay comentarios:
Publicar un comentario