Diríase que en otra encarnación he sido oriental. No sólo porque mi figura se va redondeando al estilo de los luchadores de sumo, sino porque adoro la contemplación, las artes marciales, las teterías y la comida asiática.
Poco antes de la una del mediodía he almorzado en la cantina vietnamita Chez Pham que -pese a su apariencia- recomiendo. Has de sobreponerte al desaliño del local y centrarte sólo en el aroma, textura y sabor de los alimentos (sobre todo vegetales). Además hay que compartir las enormes mesas con otros comensales que hablan francés, inglés, castellano, chino, japonés o alemán. Algunos somos turistas, otros lugareños que encarnan una tribu afable y libertaria.
En el Chez Pham el protocolo es minimalista: te sirves cuanta comida quieres, en los platos o vols que deseas, y al ritmo de tu pulsión vital. Es un sitio raro, así que he disfrutado como una niña gracias a la mujer que aparece en la fotografía que es la dueña, la cocinera, la anfitriona y una persona ligera como una ardilla. Lástima que no hemos podido intercambiar palabra porque yo no hablo francés y ella desconoce el castellano e inglés. Sin embargo, ha charlado con mi hija que deseaba aprender la receta de un exquisito caldo de verduras. La mujer-ardilla le ha invitado a pasar un lunes cualquiera por el restaurante para compartir los sencillos trucos de un caldo vietnamita al estilo tradicional.
Por la tarde hemos comprado Tamarykucha Impérial, te verde japonés de gama alta, en el PalaisdesThes. Lo compartiré con ustedes en el despacho ya que tiene infinitas propiedades regenerativas aunque... es amargo ¡como algunas verdades!
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