Disfruto de unos días de vacaciones en familia que me reparan el alma. Bueno... no sólo el alma, también el cuerpo. Reconoceré que hay sensaciones que sólo vivo en la casa francesa de mi hija: una siesta placentera, el uso de una crema exfoliante del mar muerto, y -a media tarde- un café arábigo recién molido y servido en su Bialetti junto a unas muffins sans gluten aux chocolat aún calentitas.
Incluso en el time off vacacional no puedo desconectar de los ecos de mi profesión. Por ejemplo, esta mañana dando un paseo por el gran mercado biológico de los domingos (en Toulouse) una idea aleteaba en mi mente como las mariposas en verano: los políticos padecen el mal de altura.
Con motivo de la presentación de la Guide Social Innovation viví una inmersión institucional de alta intensidad al estar rodeada de diputados y alcaldes vascos así como de comisarios comunitarios. Aunque cuando trabajé como periodista trataba con ellos a diario, hacía tiempo que no me sometía al aroma fatuo de sus discursos.
Padecen el mal de altura porque una vez alcanzado el status de político olvidan los valores y deseos de mejorar el mundo que les llevaron a encabezar una lista electoral y a aceptar un cargo de responsabilidad. La "altura" de tarimas y escenarios nubla su humildad al punto de creerse la encarnación selecta y viviente de los dioses. Con el paso de las legislaturas, los políticos se alejan del ciudadano al mismo tiempo que su lenguaje se ahueca -diríase que se vacía- de contenido a base de repetir discursos (que no escriben ellos) y en los que no creen.
De paseo a orillas del río Garonne he descubierto un festival español donde ensayaban bulerías y allí me he sentado a leer un rato...
Resulta que en la Universidad Libre de Berlin el equipo de neurocientíficos liderado por Stefan Röpke ha demostrado que las personas que padecen el llamado transtorno narcisista muestran una reducción cerebral en la materia gris de la ínsula del córtex. Al parecer, la ínsula cerebral regula el sentimiento de empatía hacia otro ser humano así como la capacidad de relacionarse con los demás. ¡Acabáramos! Quienes padecen el mal de altura -diagnosticable por el discurso hueco- tienen la ínsula cerebral del tamaño de un pixel. ¡Voilá!
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