Mañana por la tarde tenía pensado acudir al British Museum para disfrutar de La gran ola de Kanagawa -uno de los cuadros del gran artista japonés Hokusai, en exposición hasta el 13 de agosto de 2017-. Aunque ya tenía los vuelos reservados, no podré ir por la inesperada complejidad de algunos temas laborales.
La gran ola de Kanagawa es una de las piezas más conocidas del pintor del período Edo que no disfrutaré mañana aunque espero hacerlo dentro de unas semanas. Junto a otras piezas que muestran paisajes y leyendas de dioses y espíritus, la gran ola representa la pequeñez humana frente a los elementos -en este caso el mar- y su violencia imprevisible. Pequeñez. Pequeñez humana que -como el tiempo- se nos escapa entre las manos cuan granos de arroz, de arena: todo es temporal, efímero, pasajero.
Mi hija vive en Londres, razón por la que viajo cada seis-ocho semanas a la city, y este año dedicará sus vacaciones a visitar las cercanías del monte Fuji (Japón) que aparece al fondo de tantos cuadros de Hokusai. Preparando mi viaje a Londres, me había hecho con algunas publicaciones internacionales en una de las cuales he descubierto la figura de la death doula (persona que acompaña emocionalmente a otro en el momento de morir). Se trata de una nueva profesión para que -de momento- sólo forman en el Visiting Nurse Service de Nueva York. Me ha parecido curioso descubrir que muchas personas fallecen solas (aun cuando tengan familia), y que un profesional con vocación de servicio despide la vida que -en realidad- siempre debiéramos sentir como lo que es: temporal, efímera e inesperada, como la gran ola de Hokusai.
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