lunes, 22 de mayo de 2017

La vocación necesita ¡un lugar!


De vez en cuando me adentro en el hayedo, alcanzo una roca plana -cuyo musgo hoy estaba seco-, me siento y reflexiono sobre algunos aspectos de mi vida que se repiten mostrando patrones de comportamiento que mi torpeza no logra superar.




Con la fuerza de una cepa bacteriana resistente al antibiótico, las fases turbulentas de mi vida tienen algo que ver con dos aspectos: el ego o el desapego, dos asuntos a los que el budismo dedica muchos párrafos de su mejor literatura. Desde hace cuatro décadas brego en la materia con estos impostores y -aunque debilitados- aparecen una y otra vez envueltos en variopintos disfraces que no ocultan sus insaciables fauces de lujuria.

Ahora la vida me vuelve a confrontar con el apego a las cosas materiales que he acumulado en el despacho de San Sebastián durante los últimos doce años. Como casi siempre, hay un pretexto mundano y una intención soterrada del destino ¡que es lo que importa y hay que escuchar! El pretexto es que el casero quiere darle otro uso a mi oficina y me invita a finalizar nuestra relación contractual. La intención soterrada del destino aún está por descubrir mientras me deshago de la mayor parte de mis pertenencias: libros, plantas, cuadernos, artilugios de oficina, alfombras, mesas, sillas... un arsenal de propiedades que me acompañan desde hace años y pesan al transportarlas, al conectar con sus representaciones simbólicas, y al bajarlas a la calle para que alguien pueda aprovecharlas.

Aunque al principio la noticia me desconcertó, ahora siento la energía chispeante de un nuevo comienzo en el río de la vida que no hay que empujar porque fluye solo (Gestalt).




Solo he tenido un ataque de nostalgia al desprenderme de mi "bosque urbano", un ejército de plantas que han crecido conmigo (junto a mi) y que en los momentos de estrés me han sanado ofreciendo su incondicional ternura. Al menos he podido "salvar" los árboles grandes que se llevará un amigo al caserío: el acebo, el laurel, el olivo...

Estoy en tránsito, practico el desapego, noto mi resistencia a soltar, a dejar marchar, y me acuerdo de una de las lecciones de Sir John Whitmore: en circunstancias adversas, por ejemplo en una empinada pista de esquí con placas de hielo, tienes dos opciones. La primera, sentir pánico y aferrarte con rigidez a los cantos de los esquíes. La segunda, confiar en tu capacidad, respirar, soltar la rigidez, volver a confiar y fluir en conexión con el entorno. En la montaña y en la vida, las posibilidades de que las cosas salgan bien pasan por confiar, fluir y ser uno con el cambio. ¡Ese es el desafío!


No hay comentarios: