miércoles, 23 de enero de 2019

Retrato de una sociedad acelerada



El principal riesgo laboral es no tener trabajo porque a la fragilidad económica se suma el riesgo de exclusión social sensación tan dolorosa como un cólico. El segundo riesgo laboral que afrontamos en el siglo XXI es el miedo a la pérdida del empleo -especialmente superados los cincuenta años cuando la probabilidad de ser contratado desaparece de la estadística-. Ambas reflexiones empujan a los trabajadores a prolongar las jornadas laborales en un frenético y acelerado esfuerzo por colmar las expectativas de jefes sometidos a la presión de la propiedad obsesionada por el incremento del Ebitda. 

Las semanas de sesenta horas laborales son habituales en muchos sectores industriales y la sensación cotidiana en el trabajo se asemeja a subir el Himalaya sin sherpas ni oxígeno. La situación se torna insostenible en la llamada “sociedad del cansancio” sobre la que ha escrito reiteradamente el filósofo y ensayista surcoreano Byung-Chul.




Resulta urgente repensar nuestra existencia dando paso a nuevas maneras de vivir y trabajar, acaso retornando al espíritu de la aldea: ese lugar en el que las personas se conocen y respetan, se apoyan y sostienen y (en definitiva) son capaces de soñar un futuro mejor y para todos.

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