Desde hace algún tiempo crezco mucho... ¡a lo ancho! je je. Disculpen si comienzo el post de manera irreverente: hoy me siento a rebosar de energía como un amanecer, una cascada, una estrella fugaz.
La cuestión es que unos amigos me preguntan qué hago para crecer internamente. En primer lugar, no sé qué les conduce a pensar que yo crezco internamente (o que al menos lo intento). Y en segundo lugar, quizá se trate de preservar la sagrada "perla espiritual" con la que nacemos más que de dimensionar no se sabe qué. Soy partidaria de cuidar el estado primigenio del ser, más que hacer algo específico por alcanzar el nirvana. Me explicaré. Sigan conmigo, por favor.
El caso es que insisten en que comparta lo que hago para crecer internamente y algunas de las respuestas que se me ocurre pertenecen a la categoría de lo que mi abuela denominaba "simple como un corcho". Vale, no se desesperen, pondré al asunto una pincelada exótico-intelectual: también podemos llamarlo kaizen -o economía de recursos- siguiendo a mi amigo Javier Carril, practicante convencido del zen y autor un libro estupendo que les recomiendo.
El kaizen es una metodología de origen japonés, popularizada por los norteamericanos en la segunda guerra mundial. Se trata de implementar pequeños cambios permanentes de mejora en los sistemas, más que de realizar drásticas modificaciones y está basado en tres valores: la sencillez, la humildad y la constancia.
Por economía de recursos entiendo conseguir lo máximo con lo mínimo. Un ejemplo cuya rotundidad resulta para mi irrebatible es mi siesta de los sábados: un tiempo suspendido en la oscuridad que me dedico a mí misma sin nada que hacer, pensar, decidir o aprender: sólo yo, descansando en la reparadora cama de cerezo. Este hábito (al que me obligo) produce algunas de mis mejores decisiones cuando me despierto centrada, serena, a salvo de la frenética actividad a la que me someto entre semana. Este pequeño gesto de coste casi cero (invierto en ello unos noventa minutos) me impulsa hacia la naturaleza -con fuerzas renovadas- a planchar con deleite la colada familiar, a reparar un zapato, a preparar un proyecto complejo, a cambiar de maceta algunas plantas y a podar otras. La siesta kaizen me permite recuperar mi equilibrio, volver al eje central del ser, reconectar con esa parte serena y sagrada que somos todos cuando escuchamos el silencio.
Pequeños objetivos, pequeñas preguntas, pensamientos pequeños y detalles que culminan en grandes logros. Algunos festivos por la mañana me gusta madrugar y paseo por la orilla del mar cuando el sol sonríe tras el horizonte. Sólo se escuchan las olas y las gaviotas, y en su compañía es fácil inclinarse a pensar que existe un buen Dios que conoce las instrucciones de uso (el manual de supervivencia) de este enloquecido mundo aunque -a ratos- parezca que se olvida de nosotros. Después cojo mi bicicleta y pedaleo hasta la Avenida de la Libertad (cuyo nombre inspira) y miro a la izquierda: al fondo la vetusta iglesia de Santa María donde a las nueve voltean las campanas, a la derecha la renovada catedral del Buen Pastor donde a las nueve también voltean las campanas. Alguien cree en la trascendencia y eso alimenta en mí algunos gramos de esperanza.
A veces robo tiempo. Es una manía que practico desde hace unos... treinta años. En mitad de la jornada laboral me escapo a una terraza durante media hora y leo concentradamente. Creo que si bombardeasen no me enteraría. Tomo mi cortado largo de café y estudio algo que me resulte especialmente inspirador o que conecte con algún asunto en el que trabajo, o que pueda resultar de utilidad a un cliente. Estos robos a mano desarmada han cundido mucho ya que por este método realicé mi carrera universitaria mientras trabajaba a jornada completa, y me he certificado en varios postgrados. Si hubiera sucumbido al "no puedo", a lo urgente, a la inercia o a la pereza -y hubiera borrado esos treinta minutos diarios de kit-kat- no hubiera alimentado mi infinita curiosidad, ni mi pasión por el saber-entender. Media hora al día, todos los días de mi existencia desde que me alcanza el recuerdo, es muuuuuuuuuuucho tiempo.
Y por último -y no por ello menos importante- cuando deseo crecer internamente hablo con mi hija sin más objetivo que absorber su creatividad, variedad de intereses, enfoque intercultural, locuras varias, alegría, comidas exóticas y viajes intergalácticos. Nuestra relación es hermosa y dimensiona mi impulso para acometer desafíos más allá de mis fronteras naturales, miedos y resistencias. Ella no impone nada, al contrario, sólo inspira, como los buenos Coaches, je je... Siempre me dice: mamá, sé tú misma, con poderío, aunque te equivoques. Ayer compartió conmigo uno de sus tesoros recientes: un videoclip cuya letra -para quienes entiendan inglés- es una profunda lección de filosofía vital, algo que permite crecer por dentro. Les paso el link: http://youtube.com/watch?v=pwnefUaKCbc La cantante se llama Janelle Monáe y produce vitaminas para el alma. ;-D
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