domingo, 14 de agosto de 2011

Una mentira decente

Bajo el toldo de la carpa blanquiazul escribo en compañía de Clara, que ha venido desde Madrid para disfrutar de las fiestas donostiarras. Más que del sol, el toldo nos protege de las nubes que amenazan con una descarga de lluvia. Dejamos la ropa al cobijo de la carpa, paseamos a la orilla del mar casi desierto de bañistas, y con regocijo descubrimos que los niños siguen construyendo vías de tren en los surcos de la arena, y montañas rusas en las protuberancias que a puñados levantan con paciencia hasta que una ola intrépida desbarata el chiringuito y ¡vuelta a comenzar! Hemos observado en varios grupos que a los más pequeños les destierran a la recogida de agua -cubo en mano- porque ¡no saben construir! ;-D

Clara es dieciocho años mayor que yo (ahora alcanza los 71) aunque su apariencia fabulosa seduce al punto de no otorgarle más de sesenta años salerosos. Las dos hemos volcado la mañana en la lectura y escritura de textos. Ella repasa la cuarta corrección de Peregrinaje -el poemario que publicará este otoño- mientras yo le doy vueltas a un caso que plantearé en mi grupo de supervisión. Entre las dos hemos resuelto con facilidad el autodefinido de EL PAÍS.

A la hora del aperitivo me ha contado su preocupación por algunos colegas que -al parecer- le tildan de arrogante cuando -ante periodistas o desconocidos- desgrana con sencillez alguno de sus logros literarios... Su bondadosa mirada azul se ha oscurecido como si, de golpe, cayeran sobre sus hombros los 71 años. Entonces, buscando su consuelo, he citado a Chamfort para quien "la falsa modestia es la más decente de todas las mentiras". Me ha mirado largamente en silencio y nos hemos abrazado en medio de la bruma que, al mediodía, era cálida y densa. Después hemos recogido los bártulos llenos de arena y nos hemos dirigido al Palacio de Miramar donde -a finales de este mes- Clara y yo asistiremos a un curso de verano de la Universidad del País Vasco, junto con Luisa Etxenike...

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