miércoles, 24 de agosto de 2011

Peter Pan en Altamar


Para celebrar su trigésimo quinto cumpleaños organizó una cena íntima en altamar con un puñado de amigos suyos y de Celia. La noche transcurrió entre cánticos de "cumpleaños feliz" en todos los idiomas, brindis serios y jocosos, botellas vacías en cubierta, escotes bronceados y la sonrisa permanente de Celia, la mujer enamorada con la que vivía desde hacía dos años.

Pasadas las tres de la madrugada se quedaron solos en proa contemplando las estrellas: aún faltaban dos horas para que amaneciese y, sin embargo, el horizonte despuntaba con extraña claridad cuando él le cogió la mano suavemente y le dijo: -¿Sabes, querida, eres la mujer más maravillosa que conozco -ahí carraspeó como siempre que reconocía un defecto de carácter- sin embargo -continuó- tengo que confesarte algo. -Tú dirás, Urdao- le contestó ella mientras retiraba con dulzura su mano de la otra gigantesca. Tras un silencio en el que realmente hubiera podido amanecer, sin mirarle a la cara y atusándose la patilla izquierda dijo: -No me siento capaz de mantener una relación de pareja-.

Ella creyó abrasarse en lágrimas de sal sobre la herida del abandono reiterado de los hombres a los que amaba. Se encerró en su camarote y trató de poner orden en sus ideas mientras recogía sus enseres. Entonces descubrió el anillo de la piedra roja. Aquel objeto representaba su compromiso con Urdao, en verdad su compromiso con el amor. Con determinación lo metió en el bolsillo derecho del vaquero donde permaneció apenas unos segundos: lo que tardó en subir a cubierta y lanzarlo bien lejos a la aurora boreal.

  • Relato de ficción para el taller de narrativa de Luisa Etxenike en los Cursos de Verano de la Universidad del País Vasco 2011.

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