Subida en el estrado como un náufrago que se aferra a la última balsa, dicta a chorro sus conocimientos ahogando el suspiro de cualquier discrepancia entre el coro mientras bisecciona textos de Aldecoa, Millás, Dagerman, Hemingway, Ribeyro, Borges... como otros realizan autopsias: pegada al pliegue de las frases, diríase de las sílabas, con un estilo implacable que espanta de un certero manotazo cualquier intervención.
¿Cuándo tiempo estarían dispuestos a permanecer sentados en un aula sin aire acondicionado, en verano, frente al mar, analizando quince líneas de un cuento? ¿Diez, veinte, treinta minutos? Nooo, entre dos y tres horas con aportes teóricos intercalados. Es para freakis y somos muchos, casi setenta procedentes de todos los recodos de la geografía nacional. ¿Por qué permanezco anclada a la silla granate? Porque me hace revivir una pasión cuyos rescoldos jamás se apagaron en mi: la literatura y la añoranza de la lectora que fui, unas brasas antiguas que me conectan al sueño de escribir, de trascender el efímero paso por la tierra. También porque olfateo el aire como un sabueso en busca de alimento ¿intelectual? Nooo espiritual ¿Eh? Trascendente.
Tres concesiones y dos las virtudes: la pasión y el compromiso, que acaso sean lo mismo. Puedo entender su vehemencia en la defensa de unos criterios narrativos cimentados sobre décadas de lectura, estudio y escritura, lo que me resulta difícil de digerir es la intransigencia hacia quienes por lógica escénica estamos situados en la zona de aprendices.
En los descansos me ha dado por pensar si no se toma más en serio a los personajes que a las personas, si acaso la literatura ejerce de seguro refugio en el que las reglas de juego son controlables por el narrador -ella en este caso-, y he recordado aquella idea de Pessoa para quien "la literatura es la manera más agradable de ignorar la vida".
Al llegar a casa he anclado los aprendizajes sobre la estructura narrativa, los comienzos, los finales, los diálogos, la voz, el cromatismo y la mirada. Al mediodía me han preguntado: - ¿Qué tal tu curso? Sin saber cómo, ni porqué, he contestado: " sujeto, verbo y estofado".
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