Bajo la superficie del mar late la vida, infinita y silenciosa, con un vaivén de cuna gigantesca en la que -esta mañana- me he dejado mecer como una niña. Mi intrépida curiosidad ha descubierto peces de colores, rayados, erizos de un azul-morado casi eléctrico, medusas, algas, caracoles, cangrejos, quisquillas y un pulpo. En general, no se asustan a tu paso hasta que sacudes las aletas y desaparecen bajo una roca cubierta de musgo.
Las aletas, el tubo y las gafas de buceo son un regalo de cumpleaños que hoy he estrenado para re-descubrir un hobby antiguo: el mundo acuático de mi infancia. Entonces buceaba en aguas dulces, hasta que mis dedos se ponían morados y revenidos en sus yemas. Ahora buceo en agua salada, más cálida y entretenida con su trasiego de vida bajo las olas. Aunque la temperatura es agradable para un bañito de diez minutos, por encima de la media hora se agradece el neopreno que no pesa y realmente aisla de la bajada térmica.
El mar es un masaje terapeútico que energetiza y -con su capacidad seductora- te hace percibir el tiempo como una viscosidad lenta. Dentro del agua, necesito tomar puntos fijos de referencia que permiten calcular la hora por el reflejo solar. Hoy la H blanca del Hotel Codina y una grúa verde han orientado el momento om de la jornada, el primero...
Por la tarde había nubes y la playa se ha quedado desierta, bueno... casi desierta, porque los socorristas han de estar allí, custodiando los erizos y las algas, oteando el acantilado de Igueldo y el monte Ulía. Al atardecer -sin niños gritones, sin aromas aceitosos y sin toldos- la viscosidad del tiempo se hace aún más lenta propiciando una gozosa lectura-absorción de conceptos que a ratos confrontan mi propia experiencia como entrenadora y a veces la apoyan.
En este vaivén de aprendizaje me reconforta descubrir ahora -más vale tarde, que nunca- que algunos de los descubrimientos alcanzados en mi trabajo de campo (con profesionales y equipos) están académicamente avalados por sesudos manuales terapéuticos, psicológicos, experimentales y artísticos. Estoy leyendo Gestalt -lo que es decir mucho para quienes la conozcan, y nada para el resto-. Siendo un profesional que trabaja básicamente en solitario, me alegra hallar espejos teóricos de calidad en los que me veo en parte reflejada. Por ejemplo, al entender el entrenamiento como un "oficio" -de corte vocacional-, que hecha raíces en el interior de quien lo ejerce, que crece apelando a los recursos creativos propios, y que se alimenta de inseguridad. ¡Ay, dios mío, qué paradoja!: lo primero que me piden los entrenadores novatos es que les enseñe a deshacerse de la zozobra de la inseguridad, cuando los "grandes" (*) afirman que es una poderosa vitamina para la musculatura del facilitador. En management dirían "gestión de la incertidumbre". Yo me quedo con dos conceptos para mi oficio de entrenadora: la autenticidad y el coraje.
(*) Naranjo, Buber, Perls, Zinker, Satir...
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