martes, 23 de agosto de 2011

Cerise Noire 21

-No hay nada más triste que tener que pedirle dinero a tu padre para una barra de labios- lanzó mi madre sobre el tapete de los Juegos Reunidos Geiper en el que mi hermana, ella y yo entreteníamos el frío del invierno.

Mis hombros eran frágiles para semejante peso. Supongo que ella se desahogaba con nosotras en ausencia de cualquier otro bálsamo a su decepción: mi padre no era un banquero, sino un bancario, cómo el diminuto hombre en el que se convirtió recordaba cada vez que escribíamos una carta a los Reyes Magos, con la ilusión de que existieran.

Siendo viuda -muchas barras de labios después- mi madre añora un alter-ego con el que medirse mientras disuelve el cola-cao del desayuno. La nostalgia ha tardado años en aflorar sepultada bajo infinitas capas de resentimiento.

En su casa con ascensor, butaca reclinable, y cunita para su yorkshire terrier, usa barras de labios de todos los colores. Sabremos que ha muerto el día que deje de usarlas, porque encarna la idea de "antes muerta, que sencilla". Su favorita es la Cerise Noire 21, cuyo primer ejemplar le regaló un marino... antes de que yo naciera.

  • Relato de ficción, escrito para el taller de narrativa de Luisa Etxenike, estos días en los XXX Cursos de Verano de la Universidad del País Vasco.

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