El capitán es el último en abandonar el barco. Entre otras consideraciones -aunque a mi entender no la principal - porque la ley penaliza lo contrario.
La metáfora emerge en la nebulosa cansina de mi mente en una jornada de entrenamiento a un empresario que tras años de exitosa dirección de un negocio se plantea el abandono. Para proteger su identidad, le llamaré Mario.
Le conozco hace tiempo y -aunque durante una década nos hemos mantenido en la distancia- he seguido su próspera evolución como hombre de negocios con una bonita familia (esposa y dos hijos). En la actualidad Mario muestra síntomas de la llamada "crisis de la mediana edad" que se produce por una encrucijada de circunstancias biológicas, emocionales y evolutivas que en parte escapan al raciocinio consciente de los humanos. En unas personas se produce hacia la cuarentena, en otras entorno a los cincuenta, algunos no llegan a identificar los síntomas intermitentes: pérdida de ilusión, cierto cansancio-desánimo, y la incómoda sensación de que la vida es algo más de lo que uno está viviendo. Visto desde fuera el caso de Mario es el de un triunfador: coche fabuloso, familia bonita, casa grande con jardín y una cuenta corriente a prueba de desfalcos y, sin embargo, quiere más. Personalmente le acompaño en búsqueda de opciones que le acerquen a la ansiada plenitud que demanda una y otra vez sobre la mesa del despacho.
El dilema de hoy consistía en que se propone dejar el negocio que ha sido capaz de construir porque ciertos impagados, algunos sinsabores y pocos alicientes hacen que perciba cada jornada como un agridulce chupito de cicuta.
Pero... los capitanes son los últimos en abandonar la nave porque lo impide la ley y porque honra obliga: han de dar ejemplo de resilencia (aguante ante la adversidad) apretar los dientes, y ser creativos en la búsqueda de alternativas, de alicientes y de sentido en cada jornada allá donde estemos sea Manhattan o Épila (Zaragoza). Le animo a persistir en aquello que le ha hecho próspero y que ahora -bien enfocado- puede empujarle a otro escalón evolutivo: el del resilente barbo que se desfonda luchando contracorriente siguiendo la grandeza de su destino.
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