sábado, 21 de abril de 2012

Amuchástegui

A media tarde un sólido buñuelo de yodo, iones y salitre, se masticaba en la bahía. Y sobre jamaicanas olas una veintena de surferos (de nalgas prietas) desafiaban el temporal. No es ésta, sin embargo,  la historia que quiero contar sino la de mi madre: tiene  76 años y algunos admiradores.


Ya comprenderan que a esa edad las dadibas entre enamorados consisten en compartir canciones de los sesenta, recuerdos de los ochenta, libros del Círculo de Lectores, estampas de la Virgen de Begoña, tarjetas de cumpleaños con musiquita e informes sobre el árbol genealógico. Y aquí comienza la historia.

Mi segundo apellido es Amuchástegui y resulta que según las investigaciones recientes del admirador de mi madre significa lo que crece en el robledal. Nada espectacular salvo que alguno de ustedes recuerde mis comienzos (2002) como conferenciante en las universidades de Vigo, Complutense y de Alcalá (Madrid), o mis ponencias en las Cámaras de Comercio Vascas. Siempre acudía con un saquito de bellotas recogidas en los bosques vascos para repartir entre los asistentes como metáfora del potencial en espera de ser desarrollado. De bellota, a frondoso roble. El símil no es mío, sino de John  Whitmore y lo utilizo como un anclaje neuronal y pedagógico a la hora de transmitir en qué consiste mi trabajo: contribuyo a que la bellota se transforme en el roble que el líder ya es en fase germinal.

Cuál no es mi sorpresa al visitar el Museo de Bellas Artes de Bilbao donde Javier Viar e Iñaki Azkuna inauguran una exposición de Caspar David Friedrich, uno de los pintores que mejor ha captado la visión mística y profunda del paisaje y la naturaleza. La joya de la exposición es Roble en la Nieve, un bellísimo cuadro de pequeño formato (44 X 34 cms) que procede del museo de Colonia (Alemania). Lo contemplo un buen rato mientras me pregunto: ¿casualidad o causalidad?  Les dejo ahora: me voy a hacer piragua.

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