martes, 24 de abril de 2012

Preguntas Socráticas


A lo largo de la jornada me han hecho tres preguntas: ¿Padeces aerofagia? (en Vitalsana), ¿Fumador o no fumador? (en el Restaurante LaMary) y ¿Estás en boga? (en la marisquería Serantes de Bilbao donde el bogabante es el crustáceo estrella y los camareros juguetean con la frase mientras te hacen el mejor café de la ciudad). Tres eran tres las hijas de Helena y al igual que las preguntas ninguna era buena. Mi pareja y yo nos hemos tronchado de risa como si presenciásemos el número cómico del Cirque Du Soleil. Les cuento: hoy hemos sido objeto de una tomadura de pelo pero lejos de indignarnos nos hemos reído al punto de dolernos las mandíbulas. 

Adictos al cuidado de la salud, la comida bio, las vitaminas, los oligoelementos, el gingsen y otras raíces y puntas, capturamos en la nube googleliana información para averiguar la intolerancia alimentaria  personalizada mediante el uso de un artilugio que detecta ondas electromagnéticas con un programa que dura -dice la web- unos cuarenta y cinco minutos. En principio nos pareció interesante y aunque conocíamos el eficaz Test Alcat optamos por probar algo nuevo. Hoy era el día D, la hora H.

El llamado tratamiento ha consistido en aplicar en el pulgar un aparatito durante cinco minutos unas treinta veces. El resto de los cuarenta y cinco minutos ya los habíamos invertido esperando en el hall de la consulta. La única pregunta que Julio me ha hecho -sin mirarme a la cara ni pronunciar mi nombre- ha sido si padezco aerofagia a lo que un tanto indignada y sorprendida le he respondido que no.

Cinco y cinco son diez minutos + algunas decenas de euros +  dos informes que hemos de recoger la semana próxima como resultado directo del sofware del ordenador del calvito. Ya en la comida hemos retomado la conversación y nos ha dado por inventar definiciones de aerofagia. La más chirene de todas: aerofagia es volar (aero) tras estallido de faja (fagia). En los cafés (Serantes) hasta hemos justificado a Julio por aquello de la crisis, el ingenio de Carpanta y la necesidad que hizo al ladrón. Reír por no llorar, que diría mi abuela. Al final, Socrates, nosotros, y las tres preguntas nos hemos quedado tan contentos.     

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