viernes, 4 de mayo de 2012

Contrato a remojo


El psicópata del garaje tiene un coche descapotable blanco con el que hoy salía de la parcela 22 justo en el momento en el que yo entraba en bicicleta. Se me ha hecho raro verle sin su mujer, sus tres hijos y el cuatro por cuatro familiar, y ha dejado una nube de Brut flotando en la ordenada superficie del inmueble. 

Como siempre ha pasado sin decir nada, aunque hoy me ha parecido atisbar en sus ojos un hilillo de emoción -nada que ver conmigo, por supuesto, sino con su fuga en el descapotable blanco-. Cuando ya se cerraba el portón del garaje le he oído silbar. Entonces yo he abierto la parcela 24 y he guardado mi Trek.

Un poco antes de esta observación hubiera podido contarles que hoy he vivido 12 horas de intenso trabajo y 24 momentos de glorioso nirvana. Como es habitual cuando vuelvo de mis aventuras internacionales tengo un ritmo más rápido en lo físico y lo mental. Por lo general estoy "más despierta" y -aunque también capturo con mayor precisión los desvaríos de los mortales- siento que el placer se agiganta en un chupito de orujo finas hierbas.

Al final de la jornada, poco antes de cruzarme con la mirada del psicópata y su hillilo de emoción, me he sumergido en el mar que hoy estaba textualmente como una tacita de plata. Media hora de éxtasis en solitario me han convencido de que mi verano 2012 será de seis meses -el tiempo que pienso sumergirme en el Cantábrico porque me transporta a un mundo de silencio y armonía con la facilidad de un chasquido de pedal-. 

Ahora recuerdo que mi amigo Joseba critica con vehemencia el blog porque siempre hablo de "mis cosas". Mientras caminaba con el agua hasta un poco más arriba de la rodilla me preguntaba de qué otra cosa puedo escribir en una bitácora -versión contemporánea de un diario-. Claro que podría llenarlo de vídeos y de links a sesudas páginas de management. Recorta-Pega-Colorea. Para este viaje no necesito alforjas sino acuarelas. Y en estos pensamientos estaba cuando me ha sorprendido la lluvia: unas pocas gotas que me han despistado y en un descuido mi bolso y yo hemos topado con la arena. Plof. Agua arriba, agua abajo. Me ha dado por reír hasta que me he dado cuenta de que en el bolso llevaba un contrato gordo y original aún sin firmar. Guagg. Me he puesto en pie de un salto, encaminado hacia la orilla, reído un poco menos, y antes de sacar los papeles (que chorreaban) tenía encima los lengüetazos de un pastor alemán con ganas de jugar ¡lo que me faltaba!

Doce horas de trabajo y veinticuatro momentos de glorioso nirvana: la suavidad de la ropa seca sobre la piel (ya en casa), la lectura del Diario de Invierno de Paul Auster (lo recomiendo encarecidamente a aquellos que amen la literatura con mayúscula), la tortilla de patatas que ha hecho mi pareja, el tónico facial de Chanel, la dulzura de la almohada (ni el mejor hotel de cinco estrellas)... En fin, no quiero aburrirles. Además me caigo de sueño. Último deleite de la jornada. Dormiiiiiiir.... mañana les cuento más. 

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