martes, 1 de mayo de 2012

Notre Dame Du Taur

La vida semeja una partida de ping pong: no terminas de rebotar un desafío cuando te enfrentas al siguiente mientras un tercer asunto cae a un milímetro de la red. No es extraño que vivamos tensos, distraídos, confusos, fragmentados.

La última semana he "jugado partidas de ping pong" con doce profesionales (de otras tantas empresas) cada uno con su estilo corporativo, cuenta de resultados, modelo de negocio, fobias y filias. También he rotulado conceptos en el papelógrafo de Bilbao y de San Sebastián. Y durante la misma semana he dormido en ciudades diferentes y hablado distintos idiomas. Hoy estoy en Tolouse (Francia) custodiando un trasiego de cajas, muebles, libros, futones, ropas y sartenes. Imposible no evocar con nostalgia al poeta: ... ligeros de equipaje, como los hijos de la mar (peces)... ¡Claro que estamos lejos del mar! y lo que emerge en el traslado es la vida de los últimos cinco años de una violinista. 

Salvo que te hayan criado unos monjes tibetanos, las personas tendemos a acumular cosas innecesarias, aunque quizá no se trate sólo de cosas, sino de personas, emociones, recuerdos, lugares, ñoñerías y anclajes que -en definitiva- frenan nuestro avance,  acaso nuestra evolución. 

Llevamos horas desembalando cajas, tomando medidas para los muebles y calibrando el tipo de nevera que encaje en la cocina. Aunque totalmente exterior, la luz amaina en el piso al atardecer llenando las estancias de un rojo ladrillo propio de la ciudad. Encendemos las luces del salón y -como está vacío- disponemos unos cojines en el suelo, después sacamos la Kettle y nos hacemos un jazmín que nos revive. Ella se pone a realizar estiramientos de espalda y yo cojo el primer volumen que encuentro al alcance de la mano. Antes de abrirlo tomo una trago largo de te, lo paladeo, y contemplo la basílica de Saint Sernin -conocida como Notre Dame Du Taur-. Abstraída en mis pensamientos me sorprenden las campanadas: son las ocho de la tarde y abro El libro del Mindfulness de Gunaratana.




Es un ejemplar con muchas hojas dobladas en la esquina superior lo que significa que durante su lectura nos pareció que merecía la pena releerlo alguna vez. Y aquí estoy -molida de subir bártulos a un tercer piso sin ascensor- con el ejemplar de Kairós entre las manos donde redescubro que Vipassana significa el cultivo directo de la atención plena, lo que conduce a la comprensión profunda. Comprensión profunda. La mente se me enreda un rato en ese concepto ¿no es acaso la esencia de mi trabajo con profesionales? 

El libro encadena conceptos con lógica oriental y en la página 134 dice que la meditación vipassana es una nueva forma de ver/ oír a la que en 2012 llaman mindfulness pero cuya antigüedad precede a Jesucristo. Cierro el libro y repaso mentalmente lo que acabo de leer mientras la basílica enciende sus luces y resulta menos dulce que el rojo ladrillo natural. Retomo el libro en la página 166: la atención plena es una observación imparcial que no implica pensamientos, creencias, recuerdos u opiniones, simplemente observa. En medio del caos de cajas miro a mi hija haciendo estiramientos, llena de vida y de proyectos. Observo sin concepto, sonrío, y le propongo irnos a cenar al japonés de su amigo para disfrutar de una reconstituyente sopa miso.

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