sábado, 10 de agosto de 2013

Niebla merengue en los Pirineos


Me he despertado a las siete descansada y me ha costado unos segundos recordar dónde estaba. El silencio era total. Total. Hasta que un asno ha rebuznado con gracia ¡hay muchos en el Parque Nacional de los Pirineos donde descanso durante unos días antes de abordar el otoño laboral!

Me hospedo en una casita llamada La Maison de Béatrice -que recomiendo por su decoración, precio, hidro-masaje, mimos y atenciones-.  Además Beatrice tiene dos caballos negros bien cuidados (que monta siempre que el tiempo lo permite) y la casa está llena de sillas de montar, espuelas y otros artilugios que me recuerdan la etapa en la que nuestra familia tenía un caballo negro y noble llamado Faraón.

Aún medio dormida me he recostado en los mullidos cojines que adornan la cama para descubrir -a través de la ventana- una niebla tan densa que si la tocase quedaría adherida a mi dedo como el merengue. Bajo la niebla, se veía el entorno...


Hemos compartido el desayuno con dos belgas: croissants, pan de leña, mermelada casera de tres sabores -que hace la propia Béatrice- yogures de cabra, crèpes calentitos, té y melón de la Galia que ya estaba troceado y adornado con azúcar morena en unos cuencos que -como el resto de la casa- portaban un corazón.

Tras el festín, un poco antes de las ocho y media de la mañana, ha llegado el momento mágico: la inmersión en las 45.000 hectáreas del bosque catalogado desde el año 1967 como El Parque Nacional de los Pirineos. Hemos andado algunas horas descubriendo que los folletos de la oficina de turismo de Árgeles-Gazost no exageran:  fauna y flora -en estado salvaje- hasta saturar los sentidos por su belleza y un silencio casi religioso (propio del entorno de Lourdes, centro mundial de peregrinación). Más allá de las palabras sientes la pureza del aire y disfrutas de las construcciones de los siglos XI y sucesivos que tanto fascinan a los americanos.

Estoy aquí porque mi hija participa activamente en el Festival de Música Antigua de Saint Savin, pueblo en cuya Abadía tuvo lugar anoche el primero de una serie de conciertos de música barroca con artistas norteamericanos (4), brasileños (1), franceses (2) y españoles (1). El programa incluyó piezas de Caldara, Scarlatti, Zelenka y Bononcini, duró casi dos horas, recibió excelente acogida del público y hoy la crítica elogia una orquesta de cámara que ofrece un sonido bellísimo a partir del buen hacer de músicos que se reúnen tan sólo una vez al año para este festival.

Escucharles es como tomar media docena de melisas, un valium, un orfidal, un sedative (u otras drogas) junto con el masaje de un fisioterapeuta competente en un balneario de los que hay tantos por aquí.

Escucharles es conectarse a un mundo en el que los seres humanos esperaban semanas, meses, años, para reagruparse entorno a una abadía y paladear el mejor destilado de años de práctica y estudio musical de unos artistas que acarician  instrumentos delicados y centenarios gastados por la vida y por el uso. Para quien quiera escucharlo, el barroco y su fertilidad creativa se muestran tan vivos en el siglo XXI, como en el  XVII, una época en la que había tiempo para el placer por el placer, la sensibilidad, los detalles, el cortejo, el gusto y el matiz.

Dentro de unos días quizá no sea tan receptiva a la brutal belleza de los bosques situados a casi 3.000 metros de altitud, tal vez no me guste tanto la mermelada de Béatrice, acaso los músicos me aburran con su exquisita extravagancia, el purísimo aire habrá regenerado la totalidad de mis glóbulos rojos, me habré acostumbrado a que me llamen Madame, habré colapsado de fotografías la tarjeta de mi cámara, y habrá dejado de darme miedo la culebra (sí de verdad) que acaba de pasar bajo mis pies en el porche de la casita.

Inspirándome en el duro trabajo de los músicos antes y durante el concierto, observándoles durante horas, espero extraer algunas conclusiones válidas para los equipos de empresa a los que entreno. Mañana robaré un poco de tiempo a la montaña para escribir la síntesis de lo que hace funcionar con excelencia un equipo (en este caso de músicos). De momento alcanzo una certeza: técnica y talento son necesarios, pero no suficientes. 



Ahora me voy a Lourdes, a descubrir su castillo, la fortaleza, el jardín botánico y el funicular convirtiéndome en uno de los seis millones de turistas que visitan al año la ciudad de Bernardita Soubirous.

1 comentario:

kasasdecoracion.com dijo...

La decoración de una casa en los Pirineos es una sinfonía entre lo rústico y lo acogedor. Maderas cálidas, textiles suaves y vistas impresionantes convergen para crear un refugio montañés encantador.