Todas las voces han vuelto al patio, al patio de mi despacho de San Sebastián que -como todos- es particular. En el primer piso del rectágulo los cuatro somos negocios-bonsai. Nada que ver unos con otros excepto por el trozo de cielo azul que compartimos, la rotación del sol rebotando en las esquinas del cemento... y las voces ¡claro!
La abogada de la izquierda habla por teléfono con una clienta en fase de divorcio: le pide documentación. El de la inmobiliaria habla tan alto que no necesitaría el móvil. Por enésima vez repite a quien quiera oírlo -incluso a mí, que no quiero- que no vende ni cromos del Barça. Los gestores del corner derecho siguen manteniendo larguísimas conversaciones telefónicas con la central de Madrid. Nunca llegan a decisiones. Me pregunto por su nivel de eficacia.
Voces externas. Voces internas. Mientras avanzo como una termita sobre mis temas: la mesa llena de papeles. Algunos diccionarios en espera de ser colocados en algún lugar de las estanterías y una ex-directiva de altos vuelos en paro que llega al despacho ding-dong...
Cierro la ventana del patio y enmudecen las voces de la abogada y el gestor... La ex-Ceo está desesperada: tiene cincuenta años, lleva dieciocho meses en paro, y ella siempre pensó que tenía bula papal = que estaba exenta del sufrimiento humano.
Comienza el entrenamiento. Con dulzura contundente tiro del lado de la esperanza y de la lógica, le propongo networking, redes sociales, currículum impecable, forma física, alimentación correcta, branding y exploración de oportunidades en océanos azules, en océanos rojos e incluso en océanos dulces ?!
Hora y media de conversación generativa, de entrevista motivacional, de indagación apreciativa, de modelar creencias, de poner el foco en lo que hay, de abordar cambios adaptativos (con el talante de los cambios intencionales), de seguir adelante ¡siempre! Apelo a la persistencia de Demóstenes. Ella llora. Le paso los clínex. Le hago un té blanco (su favorito). Vuelve a llorar, después se calma. Toma notas. Alcanza conclusiones. Se atreve con algunas decisiones. Diseña un plan de acción. Le apoyo, sonrío, le pregunto, escucho, le aprecio, creo con toda mi alma en sus posibilidades... Le acompaño. Nos despedimos. Son las 13.30. Abro la ventana del patio: ya no hay voces. Mis colegas siguen de jornada intensiva. ¿intensiva? Lo único intenso es el calor: 36 grados a la sombra.
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