Acabo de bajar del bosque de Itziar (Guipúzcoa, País Vasco) donde una extraña estirpe de erizos cubre el territorio fértil bajo los castaños.
El silencio es total hasta las doce del mediodía, momento en el que comienzan a repicar las campanas. Observo que muchas personas se arremolinan entorno a la iglesia como si celebrasen algo más que la festividad del Pilar. Más tarde desciendo hacia la carretera, oigo vítores por los novios, y descubro a una pareja de septuagenarios que celebran sus bodas de oro entre familiares y amigos.
Frente a la iglesia hay una bancada de piedra en la que se agradece el sol que ya no calienta pero amortigua el punzante silbido del viento.
Me siento unos minutos, cierro los ojos, y recuerdo algunos párrafos de Mis viajes con Epicuro, el libro cuya lectura terminé anoche y en el que el escritor Daniel Klein describe su retiro en la isla griega de Hidra para repasar la filosofía de los clásicos e integrarla en vida cotidiana de un anciano.
- Los vejetes podemos darnos el lujo de reír hasta que nos duelan las costillas.
- Para saborear plenamente la vida se necesita ¡tiempo!
- Los placeres sencillos son más económicos y más sanos.
- Lejos de acelerar el tiempo, ralentizarlo...
Por la tarde me acero a la Tahona de mi barrio que está situada en la misma acera y a dos metros de un centro sociosanitario de la Cruz Roja donde viven decenas de ancianos. Dado que hacen el mejor café con tostadas de la zona soy una clienta habitual.
Hoy, mientras espero que me sirvan, despliego el periódico y me dispongo a disfrutar del momento. Frente a mi hay una joven, un adulto y una anciana (bellísima) que se afana por hacerse entender y no lo consigue para desazón de la nieta, del hijo y de ella misma cuya impotencia roza el infinito. Parece haber sufrido algún tipo de parálisis que le retiene en silla de ruedas mientra se esfuerza por articular unos sonidos guturales en un desesperado intento por comunicarse con sus familiares. No lo consigue. Envejecer es un deporte de riesgo.
Hoy, mientras espero que me sirvan, despliego el periódico y me dispongo a disfrutar del momento. Frente a mi hay una joven, un adulto y una anciana (bellísima) que se afana por hacerse entender y no lo consigue para desazón de la nieta, del hijo y de ella misma cuya impotencia roza el infinito. Parece haber sufrido algún tipo de parálisis que le retiene en silla de ruedas mientra se esfuerza por articular unos sonidos guturales en un desesperado intento por comunicarse con sus familiares. No lo consigue. Envejecer es un deporte de riesgo.
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