jueves, 17 de octubre de 2013

¡Sin ética no hay vida!


Mi padre era un hombre bueno e ingenuo. Mi pareja es un hombre bueno, también ingenuo. Los dos enraizados en la ética y ambos muy trabajadores. Amo a los principales referentes masculinos de mi vida. Supongo que un psicoanalista disfrutaría aplicando una gigantesca lupa freudiana a mi existencia. No me importa, la verdad.

El caso es que cuando mi padre tenía cincuenta años le pregunté qué balance hacía de su vida. Me contestó que "le dolía el alma" ¿el alma? sí, hija, el alma. Murió seis años después y no me sorprendió que fuera de un infarto.

Aunque no se conoce a ciencia cierta dónde reside el alma, intuyo que no estará lejos de ese músculo vital.




Después de algunas semanas sin encontrarme con el filósofo de Aiete (un mini-bosque urbano que visito con frecuencia) ayer dimos un paseo. Como buen observador pronto detectó mi nerviosismo... así que le conté que había tenido un par de disgustos laborales relacionados con la ética organizacional, y no le di muchas explicaciones porque no quería "contaminar" la silenciosa magia del entorno, sino preservar la serenidad del bosquecillo frente a las "miserias humanas" propias del ejercicio anti-ético del poder en las empresas autocráticas... ¡Que las hay! ¡vive Dios que las hay! Organizaciones en las que enarbolando la bandera de "las personas" pisotean los más elementales derechos humanos. Por ejemplo, el respeto o la libertad de expresión.

Los dos "ataques" afectan a técnicos a los que entreno y a quienes sus correspondientes jefes-depredadores acosan en beneficio propio. En calidad de entrenadora podría mantenerme al margen de ese atropello, de ese dolor, sin  embargo no es mi estilo, no quiero y -la verdad- realmente no puedo, por lo que -después de concederme tiempo para la serenidad y reflexión- retomo con fiereza las herramientas de la estrategia, la oratoria, la planificación y resto del arsenal para fortalecer la ética, la independencia y la libertad de las personas allá donde estén. En realidad para defender la dignidad y el derecho a ser y a existir en plenitud.

El filósofo de Aiete y yo estamos de acuerdo en que cuando ingenuidad y bondad resuenan en la misma persona se convierten sencilla y llanamente en víctimas de una clase de directivos que el experto Iñaki Piñuel califica como "psicópatas" y que, por cierto, abundan en la jerarquía empresarial.

Hoy me duele el alma, y espero no me de un infarto por cruzarme con fiereza de castor en la corriente anti-ética de algunos ríos organizacionales.  


Liderazgo Cero, Iñaki Piñuel :   un 40% de los trabajadores españoles están expuestos a mobbing.
No miedo, de Pilar Jericó.
Acoso moral en el trabajo, de Marie France Hirigoyen.


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