Hoy el café me ha sabido amargo. Fortuitamente he escuchado una conversación en la terraza en la que tomo café en verano. Se trata de un emblemático y prestigioso establecimiento de la ciudad.
A dos metros de mi mesa hablaban el jefe de cocina y otra persona. La conversación ha consistido en un cruce de monosílabos y ha durado menos de cinco minutos. El asunto era explorar la contratación de la persona para reforzar -de vez en cuando- el turno de cocina de los domingos por la tarde (horario de 15.00 a 23.00 horas). El salario neto ofrecido por jornada era de ochenta euros. Lo que se me ha hecho más duro ha sido que la persona tenía que estar pendiente de que le llamaran en algún momento de algún sábado por la tarde para trabajar al día siguiente...
También me ha parecido que el jefe de cocina estaba muy cansado y la otra persona muy desesperada. Aunque nunca pongo azúcar al café, hoy me ha sabido especialmente amargo.
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