Decía la poetisa Gloria Fuertes que "... Los peces se juntan para morir y los hombres se juntan para matarse...". Pero hoy no se trataba de matar o morir sino de ¡otra cosa!
He llegado a casa con algas y salitre en el pelo después del buceo en el océano-mar. Con bajamar es delicioso bucear junto al puntal de rocas y -aunque es un poco peligrosa la bajada- varios de los habituales nos encontrábamos al mediodía sumergidos en el Cantábrico: todos hombres menos yo, todos con neopreno y fusil menos yo -vestida con mi modesto bañador rojo, tubo y gafas de aficionado-.
Desde el mirador los turistas trataban de capturar la belleza de la bahía. Afortunadamente no lo conseguían ya que por más que lo intentemos ¡es una utopía atrapar la belleza del planeta con artilugios digitales!
Durante su paseo hacia el Peine del Viento, los turistas miran a los buceadores como a bichos raros sin saber que el cercano fondo marino está lleno de tesoros ciegos al ojo convencional pero visibles a la mirada atenta de un buceador.
Hoy había: muchas quisquillas en los pocillos que deja la pleamar, cangrejos que corren a esconderse de los humanos (sus razones tendrán), estrellas de mar, peces de todos los tamaños y colores y ¡un pulpo! que ante mi perpleja mirada ha danzado como un profesional del Bolshoi haciendo caso omiso a mi cercanía estática para no perder el espectáculo de su magia.
Algunos descubrimientos precisan de una segunda mirada
La belleza del planeta no puede capturarse en digital
Alrededor estaban los arponeros merodeando el manjar de un pulpo fresco para servir cocido con pimentón sobre una cama de patatas. Cuando he visto que algunos se acercaban, le he susurrado al pulpo: ¡escóndete, ya vendré otro día a saludarte! Creo que me ha entendido porque segundos después ha desaparecido bajo una roca cuya base estaba oscura como océano-mar del que habla en sus novelas Baricco.
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