sábado, 1 de junio de 2013

Ciudades y gentes se empobrecen


El país se desangra. No es literatura, es biología: puedo sentirlo en mis entrañas, junto al café con magdalena integral que acabo de tomar en la cafetería del Fnac.

Ayer estuve en mi ciudad natal -y donde he vivido hasta 2002- y aunque es una urbe que conozco, y a la que acudo con regularidad dos veces a la semana por razones laborales, sigo contemplando con ingenuos ojos de turista. Bien es cierto que el látigo de mi agenda hace que me mueva siempre en un radio de quinientos metros cuadrados por la céntrica zona de Abandoibarra.


Ayer tuve que acercarme a Bolunta, agencia para el voluntariado y la participación social, para recoger dos libros recién llegados de México (sobre el enfoque sistémico de las organizaciones). Ya he devorado la mitad de Management Inteligente, escrito por Claude Rosselet y Georg Senoner ¡buen texto!

La agencia está en las Siete Calles, el corazón de Bilbao, donde vivieron mis abuelos y mi madre y donde yo misma tuve mi primer loft. En una fantasía poco articulada creí que encontraría el arcoiris de  los noventa y el bullicio de la Plaza Nueva en intercambio de cromos infantiles. Lo que hallé fue unos olores nauseabundos a humedad, desorden y pobreza. Muchas caras tristes, emigrantes y jóvenes hablando de análisis sanguíneos, calles repletas de organizaciones no gubernamentales que prestan ayuda solidaria y muchas baldosas rotas en Artecalle, Ronda o Bidebarrieta. Me alcanzó una ráfaga de tristeza como si de un disparo se tratara. El país se desangra, las ciudades de mi infancia -y las gentes- se empobrecen.



Volví a "territorio comanche", Abandoibarra. De nuevo las colonias caras se apoderaron de las cafeterías donde los camareros me saludan por mi nombre y sirven el café negro con azúcar moreno antes de que lo pida. Las conversaciones cambiaron de color: vacaciones, compra de pabellones, hijos en colegios extranjeros, fiscalidad... Ninguna baldosa rota en la Gran Vía, Colón de Larregui o Ercilla.

Hay muchos mundos, pero están en este. Los edificios se resquebrajan, las personas sufren, se rompen. Quiero bajarme de esta noria o -mientras tanto- contribuir con todas mis fuerzas a cambiarla, día a día, centímetro a centímetro, persona a persona, con mi trabajo.   

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