La mañana ha amanecido con escarcha sobre coches y tejados. El mar en calma y el sol, tenue casi tímido, coloreaba de amarillo la bahía: perfecto escenario para un cita largamente esperada con Arundhati, la amiga (a la que no había visto en los últimos ocho años) presente en la ciudad para presentar su último libro. Hoy era el día. Se preparó con mimo en los detalles: el aceite de pelo de Origins, la crema corporal de Adolfo Domínguez, el anticelulítico de última generación y un toque discreto de Dolce Gabbana y pinta labios.
A las diez y media se encontrarían en "los relojes" -lugar estratégico de la ciudad-, ese era el acuerdo y allí aparecieron puntuales las dos amigas, sonrientes, un tanto envejecidas y con mucho que contar. Hora y media y un café más tarde seguían con interés el desarrollo inconexo del diálogo alterno mientras ojeaban con aire errático las tiendas más bonitas de la ciudad. También entraron en una galería de arte donde el marchante les explicó el porqué de la cotización del pintor. Se llevaron un catálogo editado en un fabuloso papel couché y entraron en Imaginarium donde adquirieron dos lapiceros con un hada en el puntual. Después buscaron zapatos divertidos tan comunes en centroeuropa y tan escasos en el norte del país. Hallaron poca cosa, deambularon hasta la chocolatería de "lo viejo" donde esquinaron el deber para arrojarse en brazos del placer tomando dos chocolates y una docena de churros. Después hubo un caleidoscopio de colores en la retina contemplando los puestos de las aldeanas: alubias pintas, las mejores nueces del país, queso de oveja con label de calidad, pimientos rojos para asar, espárragos naturales... Todo tan hermoso como caro. Siguieron caminando por la ciudad, perdidas en el tiempo, en el recuerdo, en el presente compartido y en el futuro que ambas intuían incierto.
Por fin llegaron a la tienda de ropa infantil donde se demoraron más de media hora. Cada diminuto jersey, body o vestidito levantaba una doble exclamación de entusiasmo y elogio que las dependientas acabaron por obviar. Compraron algunos regalos para los recién nacidos de las amigas, y con un suspiro agradecido a la vida vibraron al unísono ante el título del último libro de Arundhati Roy: El Dios de las pequeñas cosas. Sonrieron entre calles cuando el sol ya declinaba.
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