lunes, 6 de diciembre de 2010

Fauna

Por primera vez en los últimos ocho años estoy completamente sola en la playa de La Concha, ni un alma a las 9.00 de la mañana del lunes 6 de diciembre, festivo. Es una extraña sensación: nadie haciendo footing, ninguna pareja atusándose el bigote, cero veleros, traineras y piraguas en el horizonte. Calma chicha con un mar sereno, doce grados de temperatura y una brisa agradable que presagia lluvia al mediodía. Respiro bien, muy bien, conecto con el yodo marino, recojo una exótica piedra con dos agujeritos simétricos, la meto al bolsillo izquierdo de mi parka ¡pesa! ¡concho cómo pesa! y miro al Sagrado Corazón, única presencia en el entorno.


Ya en el asfalto, observo la fauna: hombres neopreno descalzos y en moto portando la tabla de surf camino de La Zurriola, ancianos insomnes, amoñis (abuelas) comprando croissants y magdalenas para los nietos aún dormidos, rumanos que deambulan, disciplinadas amas de casa que compran el periódico, policías municipales y controladores de la OTA. También algunos perros con sus amos, barrenderos y turistas con niños camino del Acuario. ¿Y yo? Observo a mis semejantes escribiendo su historia sobre la página en blanco de un festivo. Saco el libro de Pimentel, lo abro al sistema zahorí... donde caiga... para ver qué frase me depara el cercano porvenir y leo la definición de entusiasmo en griego: llevar un dios dentro ¡qué hermoso! tengo que contárselo a Natalia que investiga el entusiasmo en los equipos de trabajo como aportación a su Master de la Universidad de Mondragón (País Vasco) a cuyo tribunal pertenezco.

Entusiasmo = llevar un dios dentro. Me quedo con esto, mientras la ciudad se despereza.


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